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Ahorrar es posible

En “Misericordia”, la novela de Galdós, una madre aconseja a su hija sobre asuntos económicos diciendo: “Bueno es que sepas qué tamaño ha de tener la sábana antes de estirar la pierna”; o sea, que lo principal es no gastar por encima de nuestras posibilidades.

Esta verdad, por más que sea de Perogrullo, no suele tenerse en cuenta. Cierto es que hay sueldos con los que resulta imposible vivir, pero con muchos otros bastaría con adaptar nuestro estilo de vida a lo que hay, ni más ni menos.

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Como enseñarle a hacer cumplidos

Tener amigos es bueno. Las personas capaces de entablar relaciones y mantenerlas, de comunicarse con los demás, de hacer cumplidos y agradecer los halagos de los demás tienen muchas más posibilidades de ser felices y tener éxito en sus relaciones. Por eso conviene enseñar a los hijos el valor de la amistad cuanto antes. Y eso no se aprende de un día para otro, sino que se trata de un proceso de formación en habilidades sociales que el pequeño irá desarrollando poco a poco con la familia, los compañeros de colegio, los iguales.

Hacer cumplidos no es hacer la pelota. Forma parte de las habilidades sociales necesarias para relacionarse con los demás. Todo el mundo agradece la expresión de sentimientos positivos, porque eso significa que el otro valora algo nuestro, nos hace sentirnos queridos, genera simpatía y afianza los lazos de amistad.

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El juego

El juego es cosa de niños. Es la cosa más importante de la infancia, la causa de su desarrollo. Con el juego el bebé descubre el mundo, el niño lo explora y el chico se lo apropia. Es la escuela de la vida.

Hay algo de misterio en torno a qué es un juego. Especialistas en el tema, como psicólogos o pedagogos, acaban por concluir que una actividad es un juego cuando tiene carácter lúdico, lo que es lo mismo que decir que un juego es un juego. Sin embargo, es fácil ver cuándo los niños están jugando: si acunan una muñeca, modelan plastilina o saltan repetidamente desde el mismo escalón, no lo dudamos.

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Como decir no

Decir “no” a nuestro hijo no implica ser malos padres; es más, puede que signifique todo lo contrario. A menudo sabemos negar a un niño pequeño todo aquello que puede suponer un riesgo físico para él: no le dejamos que coja un cuchillo por más que proteste ni que cruce solo una calle; en cambio, le decimos que sí cuando nos pide el enésimo juguete o cuando se le antoja quedarse viendo la televisión más de lo que sería deseable. ¿Por qué lo hacemos? Cada uno tiene razones que a veces ni siquiera conoce. Hay quien se siente culpable: “Total, para lo poco que le veo, que haga lo que quiera”; otros piensan que “Pobre, ya tendrá tiempo de sufrir”; y los hay que dan a sus hijos lo que a ellos les faltó: “Aún recuerdo cuando todos mis amigos tenían el Scalextric y yo no”.

Pero también hay padres que dicen sí a todo para evitarse problemas: “Toma, con tal de no oírte…”. El temor a una rabieta, las pocas ganas de entrar en un conflicto o el miedo a que el pequeño pretenda echarnos un pulso conduce a muchos padres a decir sí a la primera o a terminar accediendo a lo que en un principio se habían negado. De este modo el niño aprende que llorar y patalear da muy buenos resultados y que lograr lo que quiere sólo es cuestión de insistencia.

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Enseñarle a organizarse

“No encuentro el estuche”, “He perdido la regla”, “Me he dejado el libro en clase”, “¿Dónde está la flauta?”, “Hoy tenía que haber entregado una redacción y me olvidé”… Los padres con hijos en edad escolar han escuchado más de una vez frases como éstas. Y los profesores podrían escribir un libro sobre los descuidos y despistes de sus alumnos. Aunque sea un mal común, no debe ser ignorado. El desorden y la falta de organización no son buenos compañeros del estudiante; al contrario, pueden afectar negativamente a su rendimiento escolar. Para evitarlo, los padres podemos ofrecer a nuestros hijos pautas y herramientas útiles encaminadas a crear un buen hábito de estudio. El primer paso es enseñarles a mantener un orden en sus cosas y en su entorno; eso les ayudará a organizar mejor las tareas y a realizarlas con más eficacia.

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Cómo interpretar sus notas

Lo habitual es que los pequeños traigan a casa periódicamente los trabajos realizados en el aula durante los últimos meses. Junto a la carpeta de fichas y dibujos, los padres reciben del centro un informe de evaluación. “¿Pero no son demasiado pequeños para traer notas?”, se preguntan.

Y es cierto, son demasiado pequeños. A diferencia de lo que pasa en otras etapas, en Educación Infantil no se hacen exámenes, ni existen los aprobados ni los suspensos. Las calificaciones tal como las conocemos (sobresaliente, notable, etc.) aparecen más adelante, en Primaria.

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Lavarse las manos

Pensemos en todas las cosas que tocamos a lo largo del día: el teléfono, el pomo de la puerta, el cepillo del pelo, la jarra del agua, el teclado del ordenador, los juguetes, el bolígrafo… Los gérmenes están en nuestras manos y se esparcen por todas partes. Para que los niños lo entiendan, podemos explicarles algo así como: “Los gérmenes se parecen a la purpurina porque se pegan a todo, pero son tan pequeños que no podemos verlos. Ellos son los causantes de las enfermedades y los culpables de los contagios. A través de nuestras manos y de los objetos que tocamos pasan de unas personas a otras. Para acabar con ellos hay que lavarse las manos a menudo y frotárselas bien”.

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Adiós al chupete

El niño quiere su chupete como a una parte de sí mismo y no tiene mucha práctica en esto de crecer y dejar cosas. Pero así como dejó los pañales y cambió la cunita por una cama, dejará el chupete. A los tres años, con el inicio del cole, está en un momento excelente para decir adiós a su chupete. Y según un estudio realizado por Jane Soxman, de la Junta Americana de Odontología Pediátrica, el chupete no produce malformaciones dentales si se abandona antes de los tres años.

¿Cuándo está preparado?

Desde el punto de vista orgánico, cuando desaparece el reflejo de succión, alrededor del primer año del bebé. El chupetear, que es una actividad imprescindible para el desarrollo psíquico en los primeros tiempos, poco a poco cede en su función hasta desaparecer. Pero ya el chupete se ha convertido en un objeto afectivo para el niño. Entonces hay que ayudarle para que pueda romper ese vínculo. Hay pequeños que lo dejan rápidamente sin ningún conflicto, pero son los menos; para la mayoría es todo un avance de madurez. No todos los niños usan igual el chupete y dependiendo de la relación que tengan mostrarán más o menos resistena dejarlo. Observemos si nuestro hijo está o no muy aferrado al chupete:

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De la cuna a la cama

Muchos padres se dan cuenta de que ha llegado el momento de comprar una cama para su hijo el día que están durmiendo plácidamente y, de repente, oyen a su lado una vocecita que dice “Hola, mami”. Por más que les parezca inexplicable, el niño ha saltado de la cuna y se ha presentado en su cuarto. Si es así, no es grave; lo malo es cuando en el intento se pega un trastazo.

Esta es una llamada de atención para el cambio, pero hay algunas otras:

• Ya no se mueve tanto como antes por la noche.

• No amanece cruzado en su cuna.

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Recetas Supernanny: Buñuelos de bacalao

Ingredientes (para 4 personas):

300 g de bacalao desalado

600 g de patatas

2 huevos

2 cucharadas de harina

1 cucharada de levadura

ajo

perejil

sal

aceite de oliva abundante (para freír)

 1. Se pelan las patatas y se ponen a cocer, junto con el bacalao, durante 30 minutos.

2. Se retira la piel al bacalao (y las espinas, si las tiene) y se pica. Se trituran las patatas, aplastándolas bien con un tenedor, y se mezclan con el bacalao en un bol.

3. Se añade el ajo y el perejil picados y, a continuación, la harina y la levadura. Se remueve bien hasta conseguir una masa fina. Se echa la sal.

4. Se baten los huevos y se añaden a la mezcla anterior.

5. Se forman bolas con dos cucharas grandes y se fríen en abundante aceite hasta que estén doradas.

Consejo:

Si a los niños no les gusta masticar los trozos de pescado, se puede pasar la mezcla de patata y bacalao por el pasapurés antes de añadir los demás ingredientes. Así quedan unos buñuelos más suaves, sin grumos.