De la cuna a la cama

Muchos padres se dan cuenta de que ha llegado el momento de comprar una cama para su hijo el día que están durmiendo plácidamente y, de repente, oyen a su lado una vocecita que dice “Hola, mami”. Por más que les parezca inexplicable, el niño ha saltado de la cuna y se ha presentado en su cuarto. Si es así, no es grave; lo malo es cuando en el intento se pega un trastazo.

Esta es una llamada de atención para el cambio, pero hay algunas otras:

• Ya no se mueve tanto como antes por la noche.

• No amanece cruzado en su cuna.

• Parece incómodo, se ve que le falta espacio en su cunita de siempre.

• Trepa en casa y en el parque todo lo que se le ponga por delante.

• Nos sorprende su fuerza y agilidad.

• Quiere hacer las cosas “yo solito”, como vestirse o comer.

• Se siente orgulloso de sus logros y de ser “mayor”.

• Tiene ya dos años o dos y medio.

• Alcanza unos 90 cm de altura.

• Es capaz de llamarnos a gritos desde otra habitación y de contentarse con oír nuestra respuesta, sin necesidad de vernos Dicho todo lo anterior, debemos saber que no hay una edad definida para hacer el traslado y repetir, una vez más, que cada niño es diferente.

La elección del momento

El paso de la cuna a la cama implica enfrentarse a una nueva situación y eso siempre puede ser motivo de estrés para un niño, igual que lo es para un adulto, así que no añadamos otras causas de ansiedad al proceso. Elijamos un momento en que nuestro hijo esté tranquilo, que no coincida con una enfermedad, un problema en el cole, el comienzo del curso, etc. Por supuesto, no le pidamos varias cosas a la vez que supongan una renuncia, como que deje el chupete o abandone sus pañales. Madurar es una conquista plagada de hitos, pero que deben conquistarse poco a poco, conforme el niño va evolucionando en sus capacidades y desarrollo.

Está totalmente contraindicado desalojarle de su cuna para que la use el nuevo hermanito. Si queremos que ceda su sitio al recién nacido, habrá que plantearlo unos meses antes del parto, y lo mejor es que sea al principio del embarazo. Si tiene menos de año y medio y nos parece un poco prematuro el cambio, esperemos a que el bebé cumpla unos meses y su presencia ya haya sido aceptada por el primogénito antes de sacarle de su cuna.

Esto hay que hablarlo

Una vez elegido el momento apropiado, hay que comunicárselo al interesado, pero sin ceremonias, como si viniera al caso en cualquier conversación. Debemos anunciarle lo que va a ocurrir transmitiéndole entusiasmo, porque crecer y madurar es siempre positivo: “Eres tan mayor y te estás haciendo tan grande, que casi no cabes en tu cuna, así que ya puedes dormir en una cama, como hacemos papá y mamá, como los chicos mayores”.

También debemos pedirle su colaboración: “Necesito que me ayudes, tenemos que comprar las sábanas, almohadas, un edredón…, y quiero que tú elijas lo que más te guste”.

Hay que tranquilizarle respecto a que no habrá pérdidas: “Tienes que trasladar a los muñecos que duermen contigo y ver dónde quieres que pongamos el juguete que cuelga de los barrotes de tu cuna”.

En cuanto tengamos todo preparado, es preferible quitar la cuna de su vista: “Como ya no la necesitas, ayúdame a recogerla y la llevamos al trastero”. A veces los niños se adaptan mejor si no la tienen delante, lo que no ven lo olvidan con más facilidad.

Su nueva cama

Muchos niños que duermen en cuna tienen ya preparada su cama desde que nacen “para cuando sean mayores”. Pero si toca elegir la cama ahora, debe ser competencia de los padres, ellos saben las medidas y los aspectos decorativos y funcionales que desean para el dormitorio de su hijo. Sin embargo, el niño debe participar en la elección de las sábanas, almohadas, edredones… Si él quiere que tengan un estampado con sus superhéroes o dibujos animados favoritos, que sea a su gusto. Es importante que se sienta partícipe del paso que va a dar y que vea que su opinión es tenida en cuenta.

Una de las cosas que más preocupan a los padres es la cuestión de la seguridad. No es raro que los niños se peguen algún que otro batacazo cuando estrenan cama, y una mala experiencia inicial puede provocar un rechazo posterior y hacer que el pequeño añore su cuna. Ocurre también a veces que el crío se cae y sigue durmiendo en el suelo como si no se hubiera enterado. Para que estas cosas no sucedan, podemos tomar algunas medidas:

Comprar una valla de quita y pon que se adapte al borde de la nueva cama Colocar el colchón directamente en el suelo como medida de transición

Instalar una cama nido y dejar la de abajo abierta a medias por si se cae Poner unos cojines o el colchón de su vieja cuna para amortiguar el golpe en caso de accidente

Remeter bien sábanas y mantas por debajo del colchón También es importante el lugar donde ponemos la cama: no hay que colocarla junto a estanterías por las que el niño pueda trepar, cerca de un enchufe sin protección o junto a una ventana sin cierre de seguridad.

El traslado

En todo caso el cambio debe presentarse como una celebración, no como una pérdida. Cuando llegue el momento de acostarse por primera vez en la cama, haremos la rutina de siempre, a la hora acostumbrada y sin dar demasiada importancia a la novedad. Ya le hemos anunciado previamente que es estupendo el traslado, así que ahora tenemos que simular que nos parece algo normal y no extraordinario. Lo que sí podemos es añadir algo al ritual previo que guste especialmente al niño, como tumbarnos con él mientras le leemos su cuento de buenas noches: “Qué bien, ahora puedo tumbarme a tu lado a leer, no como antes, que no cabía…”.

Si parece inquieto la primera noche y se resiste a la novedad, podemos prometerle que volveremos enseguida para ver cómo está. Pasados unos minutos, acudiremos como hemos prometido y le diremos con tranquilidad: “Es la hora de dormir. Buenas noches y hasta mañana”. No le prestemos más atención, si caemos en explicaciones, en más cuentos, en más vasos de agua, sentaremos un precedente y pasaremos un tiempo cediendo a sus peticiones. Si las rutinas del sueño estaban bien establecidas —y es importante que lo estén a esta edad—, los padres deben actuar con el convencimiento de que nada ha cambiado que justifique una alteración de las normas de siempre.

Este es un momento clave para consolidar el hábito de dormir. En torno a los dos años, los niños, con su recién estrenada autonomía, se sienten autosuficientes y se niegan a menudo a cumplir las reglas. Es importante mantenerse firmes. Podemos hacer partícipe al pequeño de la rutina, dejarle que elija los muñecos con los que quiere dormir, el cuento que desea leer, etc., de manera que sienta que ejerce cierto control, pero la hora de dormir y la necesidad de que permanezca en su cuarto durante la noche no es decisión suya y no va a cambiarse.

Si el niño tiene pesadillas y terrores nocturnos, sepamos que no tienen por qué estar asociados a este cambio, sino que suelen aparecer en torno a esta edad. Nuestra actitud será la de acudir a calmarle, con todo nuestro cariño y con la contención que requiere la noche —poca luz, ausencia de ruidos, etc.— y, una vez que se tranquilice, nos marcharemos de nuevo a nuestro cuarto diciéndole: “Buenas noches. Hasta mañana”.

¿Y si no quiere?

Algunos niños se resisten al cambio porque son especialmente nostálgicos, tienen sentimientos ambivalentes entre seguir siendo bebés y hacerse mayores o asocian su nueva cama con alguna experiencia negativa. Es importante continuar con los rituales de siempre, con esas rutinas agradables antes de conciliar el sueño, sin dar demasiada importancia a lo que ocurre, y después despedirse sin más.

También podemos empezar dejando que juegue en su cama algunos ratos y procurando que empiece a utilizarla para las siestas (hacia los dos años todavía suelen dormir una o dos diarias). Seguro que, en unos días, se hará a la idea de pasar toda la noche en la cama.

Cosas que ayudan en la transición:

• Hacer unos cojines para su nueva cama con la tela de las sábanas o el edredón de su cuna

• Darle la manta de la cuna para que arrope a sus muñecos en la nueva cama

• Dejarle la cuna para que acueste a sus peluches antes de irse él a su cama

• Llevar la almohadita de la cuna a su nueva cama

• Hacer un juego de cama para los muñecos con la ropa de su cuna

ADIÓS PARA SIEMPRE

Hemos decidido dar el paso porque ya es hora, por razones prácticas, por motivos de seguridad… Así que no demos marcha atrás. Si insiste que quiere dormir en su cuna, seamos firmes. Le hemos explicado las razones del cambio y prolongar la situación no es conveniente. Quizá proteste, pero aprenderá una importante

lección para el futuro: en la vida tendrá que adaptarse a los continuos cambios, le gusten o no. Hay transiciones difíciles, y afrontar esta le ayudará a crecer.

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