Como decir no

Decir “no” a nuestro hijo no implica ser malos padres; es más, puede que signifique todo lo contrario. A menudo sabemos negar a un niño pequeño todo aquello que puede suponer un riesgo físico para él: no le dejamos que coja un cuchillo por más que proteste ni que cruce solo una calle; en cambio, le decimos que sí cuando nos pide el enésimo juguete o cuando se le antoja quedarse viendo la televisión más de lo que sería deseable. ¿Por qué lo hacemos? Cada uno tiene razones que a veces ni siquiera conoce. Hay quien se siente culpable: “Total, para lo poco que le veo, que haga lo que quiera”; otros piensan que “Pobre, ya tendrá tiempo de sufrir”; y los hay que dan a sus hijos lo que a ellos les faltó: “Aún recuerdo cuando todos mis amigos tenían el Scalextric y yo no”.

Pero también hay padres que dicen sí a todo para evitarse problemas: “Toma, con tal de no oírte…”. El temor a una rabieta, las pocas ganas de entrar en un conflicto o el miedo a que el pequeño pretenda echarnos un pulso conduce a muchos padres a decir sí a la primera o a terminar accediendo a lo que en un principio se habían negado. De este modo el niño aprende que llorar y patalear da muy buenos resultados y que lograr lo que quiere sólo es cuestión de insistencia.

Lo que enseña el no

De nada nos servirá complacer en todo al pequeño si el mundo entero no está dispuesto a hacer lo mismo. Cuando nuestro hijo se enfrente a la realidad no entenderá por qué no puede lograr todo lo que desea. ¿Una niña que no le deja su pelota? ¿Un profesor que le pide que espere su turno? La tolerancia a la adversidad se aprende de pequeño, cada vez que los padres dicen “no”. El niño al que nada se le ha negado se convierte en un tirano y, probablemente, será un adulto al que le cueste mucho hacer frente a la adversidad o lo hará de forma inadecuada, con altas posibilidades de sufrir ansiedad, depresión, agresividad.

La enseñanza más importante cuando le decimos “no” a nuestro hijo es que en la vida no siempre salen las cosas como uno quiere, pero además le estamos ayudando a madurar, porque así practica sus habilidades negociadoras, maneja los desacuerdos, discute, tolera la frustración e intercambia pareceres. También le permite priorizar, distinguir entre lo necesario y lo superfluo, relativizar las adversidades.

El no puede, a corto plazo, causar el enfado en el niño, pero encierra muchas y muy importantes ventajas. Con toda probabilidad, los niños a los que se les ha dicho que no tendrán más éxito en los estudios, en su futura profesión y en sus relaciones sociales y personales. Recordar esto nos ayudará a mantenernos firmes con nuestro hijo cuando tengamos que hacerlo.

¿Sabemos negarnos?

Lo fundamental a la hora de decir que no es estar convencido de que tiene que ser así. Un no dicho con convicción es incuestionable para el niño, le transmite la seguridad de que no será de otra manera y de que, tenga el comportamiento que tenga, no vamos a ceder.

Las siguientes preguntas pueden ayudarnos a reflexionar sobre el tema: —Cuando digo que no a mi hijo ¿suelo cambiar de opinión? —¿Cómo suena cuando le niego algo? ¿Titubeo? ¿Soy firme? ¿Estoy convencido? —¿A veces cuando le digo que sí en el fondo querría decirle que no? —¿Me arrepiento cuando le digo que no? ¿Me da

pena? ¿Me siento culpable? —¿Cómo reacciona mi hijo cuando le digo que no? –¿Me cuesta negarle algo? El no funciona cuando realmente va a ser que no. Se debe manifestar con firmeza y autoridad, pero sin enfado. Hay que decirlo con tranquilidad, pensando que tiene una finalidad determinada y que ayuda al enriquecimiento educativo de nuestro hijo.

Tampoco hay que pasarse

Obviamente, no debemos situarnos en el lado opuesto y negar a nuestro hijo todo lo que pide. Si nos pasamos, el niño, entre otros efectos adversos, se puede volver apático, desmotivarse y no desarrollar la autonomía necesaria. Probablemente, dejará de tener iniciativa: “No cojas la jarra, que se te va a caer el agua, ya te sirvo yo”, “No toques las tijeras, que te cortas”…

Algunos padres utilizan el no constantemente, pero lo hacen poco convencidos, de manera el niño se lo salta a la torera. “Haz los deberes”, dicen, pero el crío continúa jugando. Sus mayores le repiten con desgana: “Te he dicho que te pongas con los deberes”. El pequeño no hace caso porque sabe que no habrá consecuencias si desobedece, el no carece de fuerza y convicción, no sirve para limitar su conducta.

Ocasiones que merecen una excepción

Cuando introducimos una norma nueva hay que ser muy estrictos con su cumplimiento. Una vez que el pequeño la ha asumido, no la discute y la cumple habitualmente, podemos hacer excepciones. “Hoy puedes acostarte más tarde porque están aquí tus abuelos”. Los niños tienden a coger todo el brazo cuando se les ofrece la mano, así que hay que dejarles claro que se trata de una excepción para esa situación y ese momento. Cuando el pequeño intente saltarse las normas sin motivo que lo justifique, habrá que recordarle que fue una excepción; puede haber más, pero que no por eso las normas van a dejar de funcionar.

Decimos que no, pero…

En ocasiones podemos ofrecer alternativas razonables cuando un niño nos pide algo que, en principio, queremos negarle.

Miguel tiene seis años y quiere que su madre le compre un muñeco de acción como el de su mejor amigo. Su madre piensa decirle que no, porque le parece un capricho innecesario, pero se da cuenta de que últimamente le niega todo y planea ofrecerle una alternativa: “Haremos una cosa: el muñeco vale 26 euros, tú tienes 10 en tu hucha y yo te voy a dar otros 10. Los 6 que faltan tienes que ganártelos. ¿Qué te parece si por cada día que te vayas a la cama a las 9 te doy un euro?”.

La madre de Miguel consigue varios objetivos: • No le dice que no a su hijo, sino que negocia un plan alternativo.

• Premia que el niño se acueste a su hora y, de paso, corrige su mal hábito de remolonear todas las noches antes de irse a dormir.

• Transforma lo que pensaba que era un capricho innecesario en una petición de esfuerzo para el niño.

• Miguel se siente satisfecho, puesto que lograr el juguete depende de su esfuerzo, y eso contribuye a fortalecer su autoestima. Otras alternativas al no consisten en acceder a lo que los niños piden, pero posponer su deseo cuando sea necesario:

• “No puedes tomar chucherías ahora porque vamos a comer enseguida, pero te las compro si las guardas para después”.

• “Sé que te gustaría ver este programa, pero es tu hora de acostarte. Si quieres, yo te lo grabo y lo vemos juntos el fin de semana”.

• “Entiendo que quieras ese juguete, pero no puedo comprártelo ahora, pídemelo para tu cumpleaños, que es dentro de un mes”.

Estas son otras formas de decir que no. Pero es importante saber que algunas veces tiene que ser simplemente no. El criterio lo deciden los padres.

Ni sí ni no

Cuando los padres no tienen claro si deben negar algo a su hijo es mejor que se lo piensen antes. Así no tendrán que arrepentirse y el niño verá que no se contradicen después de haberle negado o permitido algo. Ellos tienen todo el derecho a reflexionar o hablarlo con la pareja. Pueden decirle al pequeño: “Déjame que lo piense y luego te contesto” o “Mamá y yo vamos a hablar de esto y mañana te diremos qué hemos decidido”.

Decir que no enblico

En ocasiones, los padres aceptan sólo porque hay personas delante. Responden “sí” con el fin de que los niños no monten un escándalo en público o, simplemente, para no ser juzgados por los demás. Es conveniente que el pequeño vea que las normas se mantienen tanto en casa como fuera de ella y que no cambian en función de quién esté delante; de lo contrario tratará de sacar ventaja cuando sepa que se le va a decir que sí.

Procuremos mantener nuestro criterio: si tenemos que negar algo, digámoslo con pocas palabras, ignoremos el enfado del niño y pasemos a distraerle o iniciemos un juego. Esta técnica es la más eficaz, porque si le castigamos o le reñimos en público, puede que se sienta humillado y se comporte de modo más agresivo.

En general, no hay que perderse en explicaciones, sino zanjar el debate. Diga lo que diga el niño, daremos siempre la misma explicación, con la misma frase, como un disco rayado.

“Pues a mis amigos les dejan”

Los niños crecen y se vuelven más hábiles para negociar y desarmarnos con sus argumentos, pronto aprenderán a pedirnos explicaciones y a rebelarse cuando les digamos que no. Desde los seis años hasta… siempre, nuestro hijo querrá hacer valer sus derechos y

salirse con la suya a toda costa. Uno de sus argumentos para convencernos será “Pues a todos mis amigos les dejan”. Si consideramos que debemos permitirle hacer algo, seamos flexibles; pero si no, habrá que responderle que cada familia es diferente y que nosotros no somos como otros padres, sino que establecemos nuestras propias normas. Por supuesto que se enfadará, pero no temamos su reacción: con nuestro ejemplo le estamos enseñando que debe tener una opinión propia y mantener la independencia de criterio dentro del grupo.

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