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Descubren su cuerpo

Los padres son los primeros modelos que los niños observan e imitan. En general, copian la conducta del progenitor del mismo sexo porque su imitación es recompensada por los padres como lo que cumple con sus expectativas: “Vaya, mi niña, con ese peinado se parece a mamá” o “Qué fuerza tienes, hijo, de mayor serás como papá”. Y todas las innumerables maneras en que los padres les van diciendo que si es una niña es como la mamá y si es un niño, como el papá.

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Dice palabrotas

Las palabrotas aparecen normalmente por imitación. Los niños las han escuchado de sus padres, es lo más frecuente, compañeros del colegio, algún familiar o persona significativa para ellos, o también, en la televisión o en alguna canción. Pero a esta edad no conocen el significado de los que están diciendo, por muy fuerte que le resulte a los adultos.

Los niños sólo saben que eso que dijeron es muy provocador, por esto es importante evitar cualquier reacción desmesurada y explicarles, con calma, que eso no se dice porque ofende y es de mal gusto.

¿Por qué las dicen?

Porque han descubierto que ciertas palabras alteran a sus padres. Saben que, en general, decir palabrotas no falla, llama la atención y provoca reacciones en los adultos: les castigan, se ríen, les enfada o lo festejan. A un niño, que sabe que tiene un recurso para atraer la atención, le será muy difícil resistirse a usarlo, lo más probable es que lo utilice hasta cansarnos.

Cuando los hijos reclaman atención, hay que saber dársela. Muchas veces, sin darse cuenta, llevados por la cantidad de cosas que hacen día a día, los padres no les muestran toda la dedicación que necesitan los niños y ellos la reclaman. Lo que hay que enseñarles es que decir palabrotas no es la forma adecuada de llamar la atención.

También puede pasar que, aunque les cueste darse cuenta, los adultos disfruten con la situación y les cause mucha gracia. Esto los niños lo perciben y les resulta imposible resistirse a seducir a quienes tanto aman.

Qué hacer para que dejen de decirlas

Es fundamental demostrarle al niño que sus palabrotas no consiguen el efecto que busca. Para esto hay que aplicar la “técnica de la extinción”, que consiste en no atender los comportamientos negativos. En este caso, hacemos oídos sordos cuando dice palabrotas, no las oímos.

Para que la técnica sea completamente eficaz, es necesario contar con la colaboración de todos los adultos importantes para el niño. Hay que explicarles a los abuelos, tíos, vecinos… cómo deben actuar ante los comportamientos negativos del niño. Decirles que, al ignorar las palabrotas, lo que se hace es quitarles todo el valor, ya no valen para ser el centro de atención. Aunque suenen muy fuertes o muy graciosas, hay que permanecer impasibles.

Es muy probable que, al principio, la indiferencia de los adultos desconcierte a los pequeños. Sobre todo a aquellos niños que la primera vez que las dijeron cosecharon toda clase de reacciones, fueran de enfado o de risa. Muchos, como reacción inicial, intensifican su conducta, sueltan más tacos que nunca y hasta levantan la voz con la esperanza de ser escuchados. Pues no, no es diciendo palabrotas como serán atendidos. Si se persiste en la conducta de ignorar el comportamiento negativo, éste desaparece. Al ver que las palabrotas no tienen efecto en su entorno, los niños dejan de decirlas.

Es muy importante que, al mismo tiempo que se ignora el comportamiento negativo, se refuerce el positivo, es decir, un modo de actuar que sustituya las palabrotas. Por ejemplo, si expresa “Estoy enfadado”, o si cuando va a decir un taco suelta “¡Corcho!”, o si al hacer un relato de algo no incluye palabrotas donde antes las utilizaba. Hay que prestar mucha atención y felicitarle por lo bien que le entendemos cuando habla así. O se le puede premiar con una actividad atractiva porque sabemos que ha hecho un esfuerzo importante para no decir tacos, como ir con él al cine. Así será mucho más fácil conseguir nuestro objetivo, ya que en la educación funcionan mejor los refuerzos positivos que premian las conductas que queremos que el niño adopte.

Cuando las dicen por primera vez

Si los padres están advertidos, será más fácil que reaccionen de forma adecuada desde el comienzo. Hay que tener en cuenta que hasta los 7-8 años los niños no atribuyen a la palabrota la intención de herir. Por tanto, se puede probar:

• A convertirlas en inocentadas. Es muy divertido proponerles formas que no resulten ofensivas: gilip-uertas, miér-coles, coñ-ntra, meca-chis, coj-ines. Vale jugar, pero no vale decirlas. Así esas palabras, transformadas, se pueden usar como exclamaciones que no alteran a nadie. Claro que, como no provocan reacciones, tampoco son muy utilizadas.

• A leer cuentos sobre la gente del mar. En los cuentos de marineros, los loros y los piratas suelen decir cosas muy llamativas, como “rayos y centellas” o “tiempo de perros”. Es una manera de empezar a que reconozcan que existen expresiones de todo tipo, algunas impropias y malsonantes que a los padres no les gusta escuchar.

La importancia de los nuevos amigos.

Laughing kids relaxing during summer day

¡Qué aburrido sería el mundo sin amigos! Con ellos se juega, se ríe, se alborota… Pero los amigos no sólo proporcionan compañía y bienestar. Gracias a ellos los niños pueden aumentar el conocimiento que tienen de los demás y de sí mismos, superar su egocentrismo y aprender lecciones valiosísimas para el futuro: compartir y cooperar, negociar y transigir, esperar turno, tener en cuenta las opiniones de los otros, res- petar los sentimientos ajenos… Tener amigos contribuye a mejorar la autoestima, a aumentar el rendimiento escolar, las posibilidades de éxito social y, en definitiva, a ser mejores personas.

Happy children

 “Hay niños que hacen buenas migas con todos; otros forman grupos de dos o tres amigos, que pueden cambiara lo largo del curso; y también hay parejitas de inseparables que están juntos a todas horas”

A partir de los cuatro años los niños empiezan a tener amigos de verdad. Que cambien las amistades con la misma naturalidad con que cambian cromos, es normal: aún están aprendiendo a relacionarse con los demás. Tampoco debe preocuparnos que se peleen alguna vez, o que su mejor amigo se convierta de la noche a la mañana en su peor enemigo. Los padres podemos observar el proceso y fomentar sus habilidades sociales.

¿Cómo fomentarlas?

 

1. Predicar con el ejemplo.

El aprendizaje empieza en casa. Si observa que tratamos a nuestros amigos con afecto y respeto, si nos ve hacerles favores, felicitarles en fechas señaladas, telefonearles para saber cómo están, él hará lo mismo.

2. Enseñarle a ser educado.

Hay algunas reglas de comportamiento que el pequeño debe interiorizar. Será mejor aceptado en el grupo si se acostumbra a pedir las cosas antes de cogerlas, si no entra en la clase dando empujones, si presta sus juguetes en el parque, si da las gracias, etc.

3. Practicar en casa.

Si alguna vez se pelea, si otro niño le pega, démosle ideas de cómo reaccionar. La teoría está muy bien, pero mejor si jugamos a representar la situación.

4. No criticar a sus amigos.

Puede que haya elegido como compañero de juegos al más revoltoso, y hay  que respetarlo.

5. Mostrar interés.

Todos los días hay que dedicar tiempo a hablar con él, a preguntarle (sin agobiarle) cómo le ha ido en el cole, si ha jugado mucho con sus compañeros, etc. Felicitémosle por sus nuevos amigos. Y ayudémosle si ha tenido alguna dificultad (por ejemplo, una discusión con su amigo del alma).

6. Animarle a pedir perdón.

Si alguna vez tiene un comportamiento inadecuado, hay que hacérselo notar y tendrá que pedir perdón.

Five cheerful kids

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