Descubren su cuerpo

Los padres son los primeros modelos que los niños observan e imitan. En general, copian la conducta del progenitor del mismo sexo porque su imitación es recompensada por los padres como lo que cumple con sus expectativas: “Vaya, mi niña, con ese peinado se parece a mamá” o “Qué fuerza tienes, hijo, de mayor serás como papá”. Y todas las innumerables maneras en que los padres les van diciendo que si es una niña es como la mamá y si es un niño, como el papá.

A partir de los tres años empiezan a desarrollar la convicción de pertenecer al sexo femenino o al masculino. Y todo su interés se concentra en los genitales. Desde los cuatro a los seis años es la etapa cumbre de la sexualidad infantil. Tanto por su actividad: se tocan, se desnudan, juegan a los médicos, quieren ver a otros desnudos…, como por el interés intelectual que muestran sobre el tema, quieren saber y preguntan.

Alrededor de los seis años abandonan. Los psicólogos dicen que empieza una etapa de latencia de la sexualidad. A los siete años ya saben lo suficiente sobre las diferencias anatómicas fundamentales entre los sexos y aparece la etapa del pudor. Ya no se exhiben desnudos ni se les ocurre jugar a los médicos, aunque eso no significa que no tengan necesidad de recibir información, hasta que en la adolescencia el cuerpo vuelve a reclamar toda su atención.

¿Cuándo empieza el placer sexual?

Casi desde que nacen responden con señales de excitación sexual a algunas sensaciones físicas. No es raro que los varones tengan erecciones mientras les alimentan, les bañan o les cambian los pañales. Hacia los dos años la mayoría de los niños muestran una enorme curiosidad por las partes del cuerpo y descubren que la estimulación genital produce sensaciones placenteras. Primero el juego con los genitales es en solitario, pero luego les encanta jugar con los otros, a los médicos o a papá y mamá.

Pero son juegos. Sólo en la adolescencia pasa a tener el valor socio-sexual que le damos los adultos. Lo importante es que los niños aprenden jugando y las reacciones de los padres, al observar estos reflejos sexuales, forman parte del aprendizaje sexual de los pequeños. Enfadarse o escandalizarse les enseña que en la sexualidad hay algo malo y que es un terreno en el que no pueden contar con sus padres.

De qué no hay que escandalizarse

Hasta los maestros de preescolar pasan sus apuros cuando ven a los niños practicar juegos sexuales. No es fácil. Por esto conviene estar advertido de algunas conductas que son muy frecuentes y que no deben asustar:

• Encontrarles con sus amiguitos en el baño explorándose los genitales, diciéndose uno al otro “Tu tienes cola y yo rajita” o mirando cómo hacen pis o caca.

• Que se acaricien ellos solos el clítoris o el pene.

• Que utilicen objetos: una muñeca, una almohada o una manta, para frotarse los genitales.

• Los juegos sexuales con otros niños del mismo o distinto sexo. Hay que tener muy en cuenta que están explorando el mundo y estos juegos y actividades pertenecen a esa investigación y no tienen el contenido sexual que les dan los adultos.

A esta edad los niños perciben rápidamente cuándo los padres desaprueban sus comportamientos. Además son muy perspicaces y se dan cuenta de cosas como que aprobamos y estimulamos que conozcan, nombren y toquen todas las partes de su cuerpo, menos los genitales. Es como si dijéramos: “Esa parte de tu cuerpo, no”. Ellos entienden que no, pero no el porqué. Y hay padres que cada vez que intuyen un comportamiento o juego de exploración, lo interrumpen al momento con un “Eso no se hace” o incluso recurren al castigo.

Reprobar estas conductas tan normales y necesarias para el crecimiento puede originar en el niño sentimientos negativos hacia su sexualidad y provocar alguna disfunción sexual cuando sea un adulto. Hay que ayudarles a aceptar su cuerpo, todo, y también todas las sensaciones, inclusive las que provienen de la sexualidad. Una actitud positiva, de aceptación del sexo, no es incompatible con transmitirles a los hijos pautas socialmente aceptables.

Un ejercicio de sana comunicación

Muchos padres encuentran difícil hablar con sus hijos sobre el desarrollo sexual. Es un tema sobre el que pesan prejuicios, mitos y tabúes. A veces tienen miedo de que la información les dañe. O piensan que el niño ya sabe o que le informarán en el colegio. Tampoco es raro creer que todavía son pequeños para hablar de sexo, que es mejor esperar a la adolescencia. Pero la sexualidad empieza mucho antes y forma parte del desarrollo evolutivo. Ignorarla es excluir de la relación padres-hijo una parte importante del crecimiento del niño.

Si somos capaces de guiarlos y acompañarlos en el desarrollo sexual de las primeras etapas, ellos sabrán que cuentan con nosotros y que pueden confiar plenamente en que siempre responderemos.

Como los padres son la referencia de todo lo que les acontece, la actitud con que respondan en la etapa de exploración sexual sentará las bases de cómo vivirán los niños su sexualidad. Si los adultos adoptan una actitud de secretismo, de miedo, de excesiva solemnidad o de indiferencia, como si no dieran importancia a sus ganas de saber, les impedirán una aceptación sana de la sexualidad.

Los niños quieren saber y exigen la verdad a sus preguntas. Si no la encuentran en las respuestas de sus padres, la buscarán en otro sitio. Así se informarán por otros niños, la televisión, Internet…, con el riesgo de que reciban un conocimiento distorsionado. A los padres les toca propiciar un desarrollo sano y armonioso que no es posible si ignoran el sexo.

Cómo hablar con los hijos

Como en cualquier aspecto de la educación, papá y mamá tienen que estar básicamente de acuerdo. Los padres deben hablar entre ellos y ver si comparten el mismo criterio informativo, porque cuando adoptan posturas muy diferentes los niños se desorientan.

Para poder entablar una sana comunicación sobre sexualidad, hay que tener en cuenta algunas pautas:

• Crear un ambiente de confianza y de comprensión que estimule el diálogo. Sin sustos ni aspavientos, no hay que dramatizar el momento, reírse o sorprenderse en exceso. Hay que recoger la pregunta y darle respuesta.

• No hay que hacer un acto solemne de ese momento, ni responder ampulosamente: “Bien, hijo, ha llegado el momento de que tú y yo hablemos…”. La naturalidad es la clave.

• Tampoco hay que posponer la respuesta, pero si nos ha pillado muy de sorpresa, se puede decir: “No lo sé, pero voy a informarme y te contesto”. Y cumplir, buscar información o pensar la forma de responderle.

• Hay que utilizar un lenguaje común con palabras que estén dentro de su vocabulario. Nadie mejor que el papá y la mamá para saber cómo hablar con el niño. Siempre hay que tener en cuenta las capacidades del pequeño para entender lo que pretendemos explicarle.

• La respuesta debe ser lo más corta posible, simple y precisa. No aprovechemos su pregunta para endilgarle todo un curso de educación sexual. No es lo que pide, entonces no atenderá y buscará otra fuente de información.

• Hay que contestarle con la verdad y en forma concreta. Sin mentiras ni fábulas como la de que a los niños los trae la cigüeña, ni vaguedades del tipo “Eso no te interesa ahora, cuando seas mayor, hablaremos”, ni tampoco hacen ninguna falta los vulgarismos.

• Siempre hay que intentar ser objetivos en lo que decimos. Aunque sea inevitable expresar las propias ideas, no hay que imponérselas a los niños. No olvidemos que el objetivo es establecer una atmósfera de respeto.

• Seamos considerados con el momento. Que nada interrumpa la conversación, ni el móvil, la tele, la lavadora o la cena. Que cuente con nosotros para resolver sus dudas es importante, no hay que perderse esta oportunidad de decírselo y demostrárselo.

La educación sexual no es sólo brindar información precisa sobre procesos biológicos, más que eso es acompañarles en esta etapa tan excitante para que acepten y cuiden su cuerpo, respeten y puedan querer el de otro y, llegado el momento de ser mayores, tengan una sexualidad responsable y feliz.

Cómo resolver dos situaciones difíciles

Hay dos momentos que traen de cabeza a los padres.

• Cuando les encontramos masturbándose. Sus propias caricias les producen una sensación placentera y es difícil entender por qué hay que renunciar a ellas. Prohibir, sin más, agregaría un misterio a todos los que ya tiene el niño: ¿por qué será algo malo, algo que no se hace? Pero sí le podemos hablar de intimidad, de que esas cosas no

se hacen en el salón ni delante de la gente, que son privadas. Si nos parece que pasa mucho rato en su cuarto tocándose, vamos y le proponemos un juego o un paseo.

• “Pero, ¿cómo se metió el bebé en tu tripa?”. Llegados a este punto de las preguntas, se puede explicar el acto sexual con sencillez. Algo en el estilo de: como papá y mamá se aman y tienen cuerpos de mayores, el papá mete el pene en la vagina de la  mamá y del pene salen los espermatozoides que, al unirse con el óvulo de la mamá, forman el bebé. Y destacar que para formar un bebé hace falta tener cuerpo de mayor, que todo esto lo van a entender bien cuando se hagan mayores. También podemos buscar libros para niños, que apoyen nuestra información con ilustraciones pensadas para ellos.

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