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De la cuna a la cama

Muchos padres se dan cuenta de que ha llegado el momento de comprar una cama para su hijo el día que están durmiendo plácidamente y, de repente, oyen a su lado una vocecita que dice “Hola, mami”. Por más que les parezca inexplicable, el niño ha saltado de la cuna y se ha presentado en su cuarto. Si es así, no es grave; lo malo es cuando en el intento se pega un trastazo.

Esta es una llamada de atención para el cambio, pero hay algunas otras:

• Ya no se mueve tanto como antes por la noche.

• No amanece cruzado en su cuna.

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¿Por qué madruga tanto?

Supongamos que son las 6 de la mañana y en casa reina la tranquilidad. El despertador no suena hasta las 7.30 y los padres apuran sus últimos ratos de sueño. Pero, de pronto, el pequeño de la casa abre los ojos, se incorpora en la cuna y empieza a balbucear. Como nadie va a atenderle, sube el tono, reclamando la presencia de sus padres. Éstos se aferran a la almohada. “A ver si hay suerte y vuelve a dormirse”, piensan esperanzados. Pero ante la insistencia del niño, que ha empezado a llorar, no queda más reme- dio que levantarse e ir a su encuentro. El bebé está bien, completamente despejado y deseando empezar el día.

Si esta situación se da de forma aislada, no constituye ningún problema. Lo malo es cuando se repite cada madrugada y el niño pasa a convertirse en el despertador de los padres. ¿Hay que resignarse a perder una o dos horas de sueño cada mañana?

 ¿Descansa lo suficiente?

Si un niño se despierta a diario muy temprano, es posible que no necesite dormir más. Lo primero que podemos hacer es calcular cuántas horas duerme al día, incluidas las siestas. Para saberlo con precisión, hay que ir anotando a qué horas se acuesta y se despierta cada día, y hacer lo mismo durante una semana; así estaremos seguros de que la pauta de sueño se repite.

Después podemos comparar lo que duerme el niño con lo que, más o menos, es esperable:

• Bebés de 0 a 6 meses: 15 a 18 horas de sueño.

Hacia el cuarto mes empiezan a distinguir entre día y noche, pero su ritmo de vigilia y sueño aún no está bien definido y es pronto para ponerles la etiqueta de madrugadores.

• Bebés de 6 a 12 meses: necesitan dormir unas 14 horas en total, entre 11 y 12 por la noche más dos siestas de una hora.

• De 1 a 3 años: 12 horas de media, incluidas una o dos siestas diarias, según la edad.

• De 4 a 6 años: entre 11 y 12 horas (ya no duermen durante el día).

• De 6 a 9 años: unas 10 horas.

Otra forma de valorar si nuestro hijo descansa lo necesario es observar cómo se comporta al despertar y durante el día. ¿Se levanta lleno de energía y con ganas de jugar? ¿O está un tiempo medio dormido y tarda en espabilarse? ¿De día está contento o se le nota irascible?

¿Le acostamos más tarde?

Una vez comprobado que nuestro hijo tiene las necesidades de sueño cubiertas, queda por ver qué hacemos para corregir los madrugones, si es que se puede. Lo primero que se nos ocurre es retrasar la hora de acostarle, con la esperanza de que, si se duerme tarde, se levantará tarde. No suele ser así. Si de repente un día posponemos su hora de dormir, lo más probable es que siga despertándose pronto. La diferencia es que se sentirá cansado e irritable.

Si queremos modificar un poco su horario, habrá que hacerlo muy progresivamente: retrasar el momento de ir a la cama unos minutos, dejar pasar una semana, luego retrasarlo unos minutos más, esperar otra semana, etc.

En caso de que haga siestas largas o demasiadas para su edad, por ejemplo, si con tres años sigue durmiendo un rato por la mañana y otro por la tarde, se puede probar a eliminar el descanso matutino, pero esto también ha de hacerse muy poco a poco.

No podemos obligar a un niño a dormir más de lo que necesita. Por eso, si madruga, la alternativa es acostumbrarle a que se quede en su camita tranquilamente, hasta que los mayores se despierten. Cuanto mayor sea el niño, más fácil será que entienda lo que le pedimos.

Esta estrategia es especialmente útil los fines de semana, que es cuando los adultos sufren más los madrugones de sus pequeños. Ellos no distinguen si es lunes o sábado y continúan abriendo los ojos a la misma hora (para desesperación de sus papás).

¿Cómo mantenerle entretenido?

A la hora de dormir, y como parte de la rutina de acostarle, conviene ofrecerle un objeto al que le tenga cariño y que le tranquilice. Será como un sustituto de los padres que le aportará seguridad si se despierta temprano.

Probemos a dejar a su alcance algún juguete especialmente atractivo. Si el niño es mayorcito, le explicaremos que cuando se despierte debe permanecer en su habitación con sus juguetes, sin llamarnos ni levantarse.

Para tener éxito, es importante:

• Por mucho que nos desespere, no debemos gritarle ni enfadarnos con él.

• Tampoco hay que caer en la tentación de llevarle a nuestra cama para intentar que duerma un rato más. Actuando así se corre el riesgo de que quiera dormir con nosotros cada noche.

• Podemos conseguir que se entretenga solo un tiempo razonable, pero no varias horas.

• Cuando se quede en su cama jugando, no olvidemos premiar su comportamiento con muestras de cariño y alegría.

JUGUETES DIVERTIDOS, PERO SEGUROS

Que el niño sea capaz de entretenerse sin los padres es un aprendizaje importante (además de un recurso que nos permitirá dormir más). Eso sí: hay que tener la certeza de que todos los juguetes que dejemos a su lado son seguros y que nuestro hijo no corre ningún riesgo por jugar a solas con ellos.

• No es adecuado llenar la cuna de trastos, el bebé podría subirse a ellos para trepar y además pueden estorbarle durante el sueño. No hay que olvidar que los objetos blandos y voluminosos (como peluches de gran tamaño) suponen un riesgo de asfixia.

• En la cuna, si el niño ya es capaz de sentarse, lo mejor es un juguete de los que se pueden fijar a los barrotes o a la barandilla, con teclas, piezas para encajar, y a ser posible que no emita sonidos.

• Cuando el niño ya es mayorcito y duerme en una cama, se le puede dejar junto a ésta un cajón o cesto con juegos y objetos variados para que él mismo los coja.

• Podemos reservar para ese momento juguetes especiales con los que no juega durante el día, y cambiarlos de vez en cuando para mantener vivo su interés.

¿HAY ALGO QUE PERTURBA?

Factores externos pueden contribuir a que el niño se despierte temprano y luego no vuelva a con- ciliar el sueño:

Ruidos. Conviene observar si su habitación es demasiado ruidosa de madrugada, si le llega el sonido del tráfico, si el camión de la basura pasa a esas horas bajo su ventana, si en la casa de al lado se levantan temprano (tal vez se oye la ducha, la cisterna, la alarma del despertador, el microondas…). En ese caso, valoremos la posibilidad de pasar su cuna a otro cuarto o comentemos el asunto con los vecinos.

Temperatura. En las primeras horas de la mañana suele refrescar. Si se destapa a menudo, tal vez sienta frío y eso le haga despertar. Un pijama más grueso puede solucionar el problema.

Molestias. Un pañal mojado después de toda una noche puede incomodar al bebé. Probemos a ponerle una marca extraabsorbente, especial para el sueño.

Sed. Si se levanta muy sediento, y sospechamos que eso es lo que le despierta, procuremos ofrecerle agua por la noche, antes de dormir. Si es mayorcito, podemos dejar además un biberón o su tacita con agua junto a su cama.