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Cuatro consejos para el momento de lavarse los dientes
Hoy tenemos cuatro consejos que debemos tener en cuenta para el que momento de lavarse los dientes sea eficaz.
• Un cepillo divertido, adaptado a su tamaño, les motivará a utilizarlo. Dejemos que participen en la elección.
• A partir de los dos años pueden usar pasta de dientes infantil.
• Deben tener su propio vaso para enjuagarse y su toalla para secarse.
• Es importante que todo esté a mano y que cuenten con una banqueta para llegar bien al lavabo.
• Un reloj de arena puede marcarles el tiempo de cepillado.
• Igual que nosotros, deben tener un neceser de viaje para cuando vayan a casa de los abuelos o de un amigo.
• Hay que renovar su equipo de limpieza bucal con regularidad.
En un mundo ideal, donde todos fuéramos modélicos y las normas se cumplieran al cien por cien, habría que lavarse los dientes inmediatamente después de cada comida. Pero los niños no son perfectos y sus padres menos. Así que estaría bien establecer que se laven tras el desayuno y siempre después de cenar. Más adelante podremos ampliar las sesiones.
Los padres son modelos para sus hijos y deben dejar que les vean cepillándose. Mientras, pueden explicar el método:
1. Hay que limpiar las superficies externas colocando el cepillo inclinado (en un ángulo de 45o), e ir barriendo desde las encías hacia el borde de los dientes.
2. Seguimos con la cara interna cepillando con pequeños movimientos de arriba abajo.
3. Pasamos a las superficies de masticación, y las limpiamos cuidadosamente de delante hacia atrás y de atrás hacia delante.
4. También hay que cepillarse las encías con suavidad, frotar en la lengua y en la cara interna de los mofletes. Hacia los dos años pueden empezar a utilizar un poco de pasta, pero la cantidad que pongan sobre el cepillo no debe ser superior al tamaño de un guisante.
Es preferible que los dentífricos para los más pequeños no lleven flúor, ya que hasta los tres años, más o menos, se tragarán cantidades de pasta. Consultemos con su pediatra, pues en muchas zonas el agua del grifo está fluorada y no se necesitan suplementos.
Se estima que a los cinco años un niño es capaz de limpiarse correctamente una cuarta parte de la boca. Cepillarse los dientes en la forma adecuada requiere un nivel de desarrollo psicomotor que no se adquiere antes de los siete u ocho años. Los padres tendrán que repasar la tarea de sus hijos, especialmente en las muelas, hasta los ocho años.
Hay niños que cierran su boca como una caja fuerte. Puede que se oponga a todo lo que a nosotros nos parece importante. Lo hacen muchos niños hacia los dos años. Llevarnos la contraria forma parte de su desarrollo. En este caso, lo mejor es pedir al pequeño opositor que elija lo que necesite: comprar con él la pasta de dientes que prefiera, un nuevo cepillo a su gusto, un vasito, una banqueta para que alcance bien y pueda cepillarse solo o una toalla con la imagen de su superhéroe favorito. De este modo sentirá que participa.
* Si a veces rehúsa la higiene dental porque le molesta o le duele el cepillado por una excesiva sensibilidad en dientes o encías, lo que podemos hace es comprarle un cepillo más suave, o dejerle que se limite a enjuagarse y a pasar el dedo por los dientes y encías con un poco de pasta hasta que se le pasen las molestias.
* Tal vez no soporte el sabor a menta. Hay muchos dentífricos infantiles y se puede cambiar hasta dar con el que prefiera.
Miedo a la oscuridad
El miedo es un mecanismo de defensa que nos pone en situación de alarma frente a algo desconocido o peligroso. Aparece a lo largo de toda la vida, pero es más frecuente en la infancia porque para los niños todo es nuevo. Muchas veces el temor protege al niño de peligros reales, pero otras no existe ningún riesgo y, sin embargo, tiene la misma reacción. Esto le hace pasarlo mal. Por suerte, podemos estar preparados para ayudarle.
Los miedos que podemos esperar en la infancia se denominan miedos evolutivos: surgen a una determinada edad y se pasan a medida que el niño va madurando. Pero existe un pequeño porcentaje de casos en los que un temor se vuelve tan desproporcionado que llega a afectar a la vida normal del pequeño.
El temor a la oscuridad suele aparecer hacia los tres años y remitir hacia los siete. Muchas veces son los hermanos mayores o los adultos quienes, sin querer, atemorizan al niño. Así puede que el pequeño empiece a temer cosas que antes hacía sin ningún problema, como ir solo a su habitación o al baño. Esto puede agravarse porque, hasta los seis años aproximadamente, los niños no distinguen entre realidad y fantasía, e imaginan situaciones terribles con seres fabulosos como si pudieran ocurrir de verdad.
Las personas que rodean al niño pueden evitar que un temor evolutivo normal vaya a más y ayudar al pequeño a vencer el miedo. Así le brindan la oportunidad de aprender formas de respuesta ante lo desconocido y aumentar la confianza en sí mismo para hacer frente a nuevos temores en el futuro.
• Apartarle de lo que teme.
Hay padres que para que su hijo no lo pase mal le evitan las situaciones que le dan miedo; por ejemplo, le acompañan siempre de la mano si está oscuro o van antes a encenderle la luz de su cuarto. Eso conduce al pequeño a pensar que realmente existe un peligro. Quizá haya que acompañarle una vez a la habitación, luego sólo hasta la puerta, luego hasta el pasillo y así progresivamente, dejando que el niño se enfrente cada vez más a lo temido.
• Enfadarse con él.
Algunos adultos se molestan con el niño por su miedos a cosas inofensivas: “Eres un pelma, ¿no ves que no pasa nada?”. Con esto lo único que consiguen es que muestre más temor. Lo recomendable es mantener siempre un diálogo de confianza para que pueda expresar sus miedos y ayudarle a darse cuenta de que son infundados. “¿Qué es lo que te da miedo? Ya hemos comprobado que no hay nadie, yo estoy aquí en el salón, muy cerca de ti, y ya sabes que los monstruos sólo existen en los dibujos y las películas. Lo único que puede pasar en un sitio oscuro es que te tropieces con un mueble, pero tú conoces bien la casa…”.
• Ridiculizarle.
Humillarle, llamarle miedica, reírse de él o permitir que sus hermanos u otras personas se burlen de su miedo no le ayuda a superarlo; sólo le conducirá a sentirse peor.
• Meterle más miedo.
Hay quien asusta a los niños para conseguir que obedezcan: “Si te alejas de aquí, vendrá el hombre del saco y te llevará”. Este tipo de amenazas puede que funcionen al principio, pero a la larga crean niños miedosos, que pueden llegar a tener serios problemas. En ningún caso conviene utilizar el miedo como método educativo.
• Obligarle a la fuerza a que se enfrente a lo que teme.
Conducir al niño a la fuerza para que afronte lo que le provoca miedo suele provocar más miedo.
¿Cuándo debemos acudir a un experto?
Cuando una situación produce tal ansiedad en el pequeño que no es capaz de hacer las cosas habituales, o es blanco de bromas y motes por parte de sus iguales, es necesaria la intervención de un experto.
¡A lavarse los dientes!
Los niños se mueven principalmente por la diversión y el placer, no nacen con el sentido de la responsabilidad. Para transformar lo que son en lo que deben ser estamos los padres. Pero conseguir que adquieran determinados hábitos requiere una estrategia, lleva su tiempo y, sobre todo, exige perseverancia.
Todos lo sabemos, pero recordar por qué la higiene dental es importante ayudará a que los padres se sientan plenamente convencidos a la hora de establecer las normas y hacerlas cumplir a sus hijos.
• Es fundamental para la salud y la prevención de enfermedades.
• Una higiene deficiente puede provocar rechazo y asco en los demás (mal aspecto, mal olor en el aliento).
• Los dientes son importantes para una adecuada masticación y, por tanto, alimentación.
– Influyen en la correcta pronunciación.
– Son decisivos para la armonía de la cara.
– Nos regalan una bonita sonrisa.
• Lavarse los dientes desde una edad temprana fomenta la autonomía del pequeño, mejora la coordinación de movimientos y entrena su motricidad.
• Es un hábito que, adquirido en la niñez, podrá perdurar en el futuro.
• Tener la boca limpia nos proporciona una sensación de bienestar físico.
Nunca es tarde, pero mejor si empezamos cuanto antes. Los dientes de leche son muy importantes porque mantienen el espacio en los maxilares, es decir, marcan el lugar para la dentición definitiva. Podemos iniciar el hábito con la limpieza de antes de acostarse.
A los pequeños les desagrada el sabor fuerte del dentífrico, y pueden rechazar la higiene dental si en sus primeras experiencias la pasta les produce asco. Al principio, para que vayan familiarizándose bastará con animarles a meterse el cepillo en la boca.
El cepillado de dientes tras la cena se incluirá en la rutina de acostarse: “Haz pis, bebe agua y cepíllate los dientes antes de irte a la cama”. De esta manera será más fácil no olvidarse.
Tenemos que ser perseverantes y no pasarlo por alto ningún día, ni siquiera cuando estemos cansados o presurosos por mandar a nuestros hijos a la cama.
Por naturaleza, a los pequeños les gusta imitarnos. Hay que dejar que nos miren mientras nos cepillamos y exagerar lo mucho que nos gusta sentirnos limpios, recalcar la sensación de frescor tan agradable que se queda en la boca, lo bien que olemos, lo blancos que están nuestros dientes…
Mientras introducimos el hábito, podemos hacer juegos que lo faciliten, como dejar que ellos nos cepillen a nosotros o a sus muñecos.
Aprovechemos para contarles por qué es importante la higiene bucal y cómo los restos de alimentos que quedan entre los dientes pueden provocar caries, mal aliento, …
Cuando se cepillen, debemos felicitarles por lo bien que lo han hecho: un beso o un elogio reforzarán el aprendizaje. Podemos ofrecerles un premio después de la higiene, como leer un cuento.
No olvidemos que si queremos implantar un hábito en la vida de nuestros hijos hay que hacerlo siempre en el mismo momento, en el mismo lugar y mediante la misma rutina.
1 – Apenas rompan los primeros dientes (como media, entre los seis y los ocho meses) es aconsejable iniciar el hábito de higiene. Podemos enrollar una gasita humedecida con agua templada en nuestro dedo y pasarla por sus encías e incipientes dientes. De este modo, el bebé se acostumbra a que su boca se limpie tras las comidas o antes de irse a la cama, y así será más fácil establecer el hábito en un futuro.
2 – Si hemos sido constantes y convincentes, hacia los 18 meses tolerará sin problemas que le cepillemos con un cepillito especial para bebés. A esa edad, que ya come prácticamente de todo y tiene casi todas las piezas dentales de leche, es importante poner especial empeño.
3 – Hay que aprovechar su disposición hacia los dos años, cuando le gusta imitarnos, adquiere ciertas habilidades motrices, como desvestirse, y tiene el deseo de hacer las cosas “yo solito”. Muchos padres preferirían que no lo pusiera todo perdido, que no tardara tanto, que no gastara tanta agua ni tanta pasta, pero si quieren que su hijo sea autónomo algún día, tienen que dejarle practicar de pequeño.
Recetas Supernanny: Brochetas de pollo con verduras
Aquí os dejamos con una receta sana, completa, muy sencilla de hacer y con un formato que seguro divertirá a vuestros hijos.
* 2 pechugas de pollo grandes
* 8 tomatitos cherry
* un calabacín
* un pimiento verde
* un pimiento rojo
* 2 cucharadas de aceite de oliva
* sal
* ajo y perejil picados
* 8 pinchos de madera.
1. Trocear el pollo en tacos (no muy grandes) y ensartarlos en los pinchos, de forma que salgan cuatro brochetas, una por persona.
2. Lavar bien las hortalizas. Pelar y cortar el calabacín en dados. Retirar el rabo y las pepitas de los pimientos y cortarlos en cuadraditos.
3. Ensartar los tomatitos y los trozos de calabacín y pimiento en los cuatro pinchos restantes, alternando los ingredientes.
4. Calentar el aceite en una sartén. Salar las brochetas y freírlas durante unos 3 a 5 minutos por cada lado (el pollo ha de quedar bien hecho; las verduras necesitan menos tiempo de cocción y se pueden retirar antes de la sartén).
5. Condimentar en el momento de servir con una pizca de ajo y perejil picados.
Consejo:
Se puede utilizar carne de vacuno o de cerdo, o incluso ensartar distintos tipos de carne en el mismo pincho. Las brochetas de verduras se pueden elaborar con otras hortalizas (pimiento amarillo, cebolla, espárragos trigueros, berenjena…), procurando elegir colores y formas diferentes para que quedan vistosas y atractivas para los niños.
Recetas Supernanny: Espirales con jamón serrano.
Hoy os traemos una receta sencilla y muy rica que seguro encantara a vuestros pequeños.
* 300 gr. de espirales
* 150 gr. de jamón serrano
* Una cebolla pequeña
* Un diente de ajo
* 5 cucharadas de aceite de oliva
* Perejil picado
* Sal.
1. Poner a cocer las espirales en abundante agua salada, entre 8 y 10 minutos (según el tipo de pasta). Cuando estén en su punto, escurrir bien y reservar.
2. Picar y sofreír en una sartén ancha la cebolla y el diente de ajo con el aceite de oliva. Cuando estén dorados, añadir el jamón serrano cortado en tiras o cuadraditos, y sofreír unos minutos más.
3. Añadir la pasta a la sartén, mezclar todo y rehogar un par de minutos. Rectificar de sal.
4. Servir en una fuente con perejil espolvoreado por encima.
Consejo:
Las espirales se pueden sustituir por cualquier otro tipo de pasta que se tenga en casa: lazos, margaritas, espaguetis, macarrones, etc.
Ideas para abrir el apetito
Imaginación y buen humor son dos buenas armas para vencer la resistencia de nuestros hijos a probar nuevos sabores. ¿Quieres algunas ideas para tus pequeños muestren interés por la comida y se les abra el apetito? Pues toma nota!
1. Cocineros por un día.
Una vez a la semana, cuando no haya prisa, podemos dejar que colabore en preparar una comida familiar con algunos de esos alimentos que se niega a comer. Le pondremos un delantal y le asignaremos tareas apropiadas a su edad: cascar y batir huevos, remover, escurrir, etc. También puede ayudar en la presentación de los platos. Es difícil que se niegue a probar algo que él mismo ha cocinado.
2. Pizzas a su gusto.
Es una forma de familiarizarle con alimentos nuevos: le damos las bases (cuanto más pequeñas, más podrá preparar) y los ingredientes (entre ellos, varios que no haya comido nunca), y dejamos que él los disponga como quiera (con nuestra ayuda). La única condición es que todas las pizzas incluyan al menos un alimento desconocido.
3. Recetas imaginativas.
Hay muchos libros con recetas para niños que nos pueden ayudar a elaborar platos más apetecibles. Hablar con otros padres también puede darnos pistas de cómo cocinar esos alimentos que los niños suelen aborrecer. A veces funcionan trucos simples, como partir la naranja en trozos y rociarlos con una pizca de azúcar, o cortar el plátano en rodajas finas y servirlo sobre unas galletas maría.
4. Presentaciones divertidas.
La disposición de la comida en el plato puede ser un estímulo: se pueden componer caras, formas varia- das (un coche, un castillo, una flor, un animal…). Las frutas y verduras dan mucho juego por su colorido y variedad. Por ejemplo, se pueden fabricar minibrochetas ensartando trocitos de diferentes frutas en palillos, o presentar la ensalada con forma de cara: el pelo se hace con la lechuga, la boca con media rodaja de tomate, los ojos con dos rodajas de huevo duro, la nariz con una aceituna, las cejas con dos tiras de zanahoria, etc.
5. Degustación en casa.
Papá o mamá presentan una nueva receta que han cocinado. Los demás miembros de la familia hacen de críticos gastronómicos y, por turno, dan su opinión: si les gusta, si no, por qué, qué le falta, qué le sobra… También pueden jugar a adivinar los ingredientes. Para poder participar es imprescindible haberlo probado.
6. Improvisar cuentos.
Cada nuevo plato puede esconder una historia diferente. Por ejemplo, un ejército de valientes guerreros (los guisantes) debe atravesar montañas y océanos (las patatas y la salsa) para librar una dura batalla contra sus enemigos (las albóndigas).
Sólo come lo que le gusta
“¡No me gusta!”, “Eso no me lo como”, “¡No pienso probarlo!”. Comentarios de este tipo se oyen en muchas casas a la hora de la comida. Porque son muchos los niños que detestan ciertos platos y se cierran en banda cuando los ven aparecer en la mesa. Aunque cada niño es diferente el pescado, la verdura, las hortalizas, las legumbres y la fruta encabezan el ranking de alimentos malditos. Y por más que los padres se esfuerzan en camuflar los nuevos sabores y en improvisar nuevas recetas, no consiguen vencer su oposición.
Es normal que el niño alguna vez no quiera probar algún plato; también los adultos tenemos nuestras preferencias culinarias y hay cosas que nos gustan menos que otras. Lo malo es cuando nuestro hijo se niega por sistema a probar cosas nuevas y su “lista negra” de alimentos va creciendo y creciendo a tal ritmo que, al final, su dieta se compone de apenas tres o cuatro platos, generalmente pasta, arroz, patatas fritas, quizás algún filete y poco más (además, claro, de lácteos, zumos y dulces).
En estas situaciones, no es raro que los padres tiren la toalla. Unas veces es por miedo a que el niño pase hambre, otras veces son las prisas (“Le pongo su plato preferido y así termina antes”) o el cansancio (“Con tal de que no monte un numerito”); en ocasiones es por culpabilidad (“Para una comida que hacemos juntos no le voy a obligar a comer”); y también puede haber resignación (“Ya lo comerá cuando sea mayor”).
El primer paso para corregir esta situación es convencerse de algo obvio: una dieta variada y equilibrada asegura un buen desarrollo físico e intelectual; por el contrario, una alimentación inadecuada puede provocar carencias nutricionales que a la larga perjudiquen el crecimiento y la salud de nuestro hijo. Por eso hay que enseñarle a comer de todo y hay que hacerlo desde pequeño: cuando se adquieren buenos hábitos alimenticios en la infancia es más fácil que perduren en la edad adulta.
El segundo paso sería reeducar al pequeño: poner en práctica alguna estrategia que logre vencer su oposición a probar nuevos alimentos.
• Antes de nada, hay que hablar con el niño, decirle que ya tiene edad para comer lo mismo que los adultos y que debe probar otras cosas.
• Después podemos pedirle que nos ayude a hacer una lista de comidas: primero anotaremos sus favoritas, a continuación las que no le gustan mucho y por último las que no le gustan nada. En esta última columna habrá alimentos que haya decidido no probar, un máximo de 3-4 (¡a nadie le gusta todo!).
• Ahora toca elaborar juntos un menú para toda la semana que incluya platos de dos categorías, la de “me gusta mucho” y la de “me gusta menos”. Para implicarle más, dejémosle que lo decore con lápices de colores, pegatinas, etc. Cuando esté terminado lo colgaremos en un lugar bien visible de la cocina o el comedor.
• A la hora de comer, le serviremos lo que ponga el menú. Puede que el niño proteste y quiera que le preparemos otra cosa que le guste más. Es importante no ceder: con tranquilidad, le recordaremos que él mismo eligió ese menú, y seguiremos como si tal cosa, evitando enfadarnos o discutir con él.
• Si el pequeño se niega en redondo, le retiraremos el plato tras un tiempo prudencial. Eso sí, no podrá tomar nada, salvo agua, hasta la siguiente comida (asegurémonos de que no tiene a su alcance alimentos apetecibles que pueda coger a escondidas).
• Cada vez que pruebe nuevos alimentos, aunque sean cantidades pequeñas, hay que felicitarle.
• Plantearlo como un juego. Presentarle la actividad como algo divertido y animémosle a participar.
• No dejarle picotear.
• Mantener la calma. Hay que mostrar serenidad por más que su actitud nos enfade.
• Hablar de otras cosas. No es bueno centrar la conversación en si el niño come o no. Durante la comida, procuremos hablar de cosas agradables y ajenas a ese asunto.
• No transigir. Por muy pesado que se ponga, es importante hacer oídos sordos a sus protestas: si no quiere comer, no le obligaremos pero tampoco le prepararemos otra comida.
• Mostrarse cariñosos. Hay que dar muestras de firmeza, sí, pero también de afecto. No le demos a entender que le queremos menos por no comer.
• Pactar un premio. Un buen aliciente es ir señalando los logros en un calendario o una cartulina colgada en la pared. Basta pintar una estrella o una cara sonriente cada vez que termine su plato. Cuando logre un número determinado de estrellas o caras, recibirá el premio pactado.
• Servir raciones pequeñas. Es preferible ponerle poca cantidad, sobre todo cuando se trata de sabores nuevos.
• No dramatizar. No hay que agobiarse con pensamientos del tipo “si no se alimenta, enfermará”. Si el niño está sano, no va a pasarle nada si un día come menos de lo habitual o se salta una comida.
• Ser pacientes. Una vez que empecemos a aplicar el método, hay que dejar pasar unos días antes de valorar los resultados. Los logros no se consiguen de un día para otro, enseñarle a comer de todo es un proceso que requiere tiempo y constancia.
La importancia de los nuevos amigos.
¡Qué aburrido sería el mundo sin amigos! Con ellos se juega, se ríe, se alborota… Pero los amigos no sólo proporcionan compañía y bienestar. Gracias a ellos los niños pueden aumentar el conocimiento que tienen de los demás y de sí mismos, superar su egocentrismo y aprender lecciones valiosísimas para el futuro: compartir y cooperar, negociar y transigir, esperar turno, tener en cuenta las opiniones de los otros, res- petar los sentimientos ajenos… Tener amigos contribuye a mejorar la autoestima, a aumentar el rendimiento escolar, las posibilidades de éxito social y, en definitiva, a ser mejores personas.
“Hay niños que hacen buenas migas con todos; otros forman grupos de dos o tres amigos, que pueden cambiara lo largo del curso; y también hay parejitas de inseparables que están juntos a todas horas”
A partir de los cuatro años los niños empiezan a tener amigos de verdad. Que cambien las amistades con la misma naturalidad con que cambian cromos, es normal: aún están aprendiendo a relacionarse con los demás. Tampoco debe preocuparnos que se peleen alguna vez, o que su mejor amigo se convierta de la noche a la mañana en su peor enemigo. Los padres podemos observar el proceso y fomentar sus habilidades sociales.
1. Predicar con el ejemplo.
El aprendizaje empieza en casa. Si observa que tratamos a nuestros amigos con afecto y respeto, si nos ve hacerles favores, felicitarles en fechas señaladas, telefonearles para saber cómo están, él hará lo mismo.
2. Enseñarle a ser educado.
Hay algunas reglas de comportamiento que el pequeño debe interiorizar. Será mejor aceptado en el grupo si se acostumbra a pedir las cosas antes de cogerlas, si no entra en la clase dando empujones, si presta sus juguetes en el parque, si da las gracias, etc.
3. Practicar en casa.
Si alguna vez se pelea, si otro niño le pega, démosle ideas de cómo reaccionar. La teoría está muy bien, pero mejor si jugamos a representar la situación.
4. No criticar a sus amigos.
Puede que haya elegido como compañero de juegos al más revoltoso, y hay que respetarlo.
5. Mostrar interés.
Todos los días hay que dedicar tiempo a hablar con él, a preguntarle (sin agobiarle) cómo le ha ido en el cole, si ha jugado mucho con sus compañeros, etc. Felicitémosle por sus nuevos amigos. Y ayudémosle si ha tenido alguna dificultad (por ejemplo, una discusión con su amigo del alma).
6. Animarle a pedir perdón.
Si alguna vez tiene un comportamiento inadecuado, hay que hacérselo notar y tendrá que pedir perdón.
Bebé tranquilo, Bebé feliz.
Hablábamos en nuestro anterior artículo de los motivos que pueden llevar al llanto a nuestro pequeños. A pesar de que el hecho de llorar pueda parecer normal no significa que no debamos atender el llanto de nuestro bebé y tratar de calmarlo. Poco a poco, los padres aprenderán qué necesita su hijo y desarrollarán tácticas variadas, desde ponerle sobre su hombro y darle pequeñas palmaditas hasta salir a dar una vuelta en coche.
• Un baño calentito.
Cuando el niño parece no tener hambre ni sueño, ni está aparentemente enfermo ni con el pañal sucio, pero nada parece funcionar, podemos probar a darnos un baño caliente con él. Eso, sin duda, hará que ambos nos relajemos.
• Un masajito.
Si el bebé está receptivo, podemos intentar darle un masaje; mejor si ya se lo damos habitualmente, porque así sabremos cómo le gusta y qué zonas prefiere. Cuando tiene dolores por cólicos, intentaremos aliviarle poniendo una mano caliente sobre su tripa hasta que se calme un poco. También podemos elevar sus piernas y flexionarlas sobre su abdomen para que expulse los gases, cuando se tranquilice, iniciaremos un masaje sobre el abdomen en el sentido de las agujas del reloj.
• Envolverle.
Podemos usar una sábana, una toalla o una mantita para envolver literalmente su cuerpo, del cuello a los pies, con los brazos pegados al tronco. El envoltorio debe ser firme, que no le comprima en exceso, pero que tampoco le deje suelto.
• El poder de la distracción.
Un gato que pasa, el ruido de la aspiradora, una voz que vibra al poner nuestra boca en una caja… En ocasiones funciona también dibujar una cara en blanco y negro o con colores vivos y ponérsela cerca. Le intriga tanto que puede que se olvide de su disgusto.
• Buenas vibraciones.
El movimiento es un recurso casi universal. Los padres lo utilizan instintivamente porque saben que a su hijo le encanta. Pueden mecerle, llevarle en su cochecito o darle una vuelta en el vehículo familiar atado en su sillita.
• Otra opción es probar a ponerle en su hamaquita y balancearle.
• La música relaja.
Ponerle música clásica (Mozart figura en el top ten de los bebés) o cantarle canciones puede tranquilizarle. También le gustará que le digamos cosas cariñosas, susurrándole suavemente.
• Salir de casa.
Los bebés tienen mucha marcha. Cambiar de sitio, dar una vueltecita por el parque, acudir a un café, a casa de un amigo o un familiar les agrada.
• Paciencia.
Los padres suelen estar tan nerviosos que no tienen paciencia para esperar que un remedio surta efecto, pero el bebé no tiene un botón de on/off, así que le llevará un tiempo calmarse.
• Que se ocupe otro.
A veces se crea un círculo vicioso: por ejemplo, el bebé llora, su madre se altera, él capta su estado de ánimo y llora más y más cada vez mientras ella se ataca de los nervios progresivamente. Para romper la escalada de tensión, puede estar bien dejarle un rato con otra persona. Podemos turnarnos con nuestra pareja para salir a dar una vuelta.
• Si todo falla.
En situaciones extremas, cuando todo falla, los padres pueden perder el control y estar a punto de gritar a su bebé. Si creemos que esto puede llegar a ocurrirnos, es mejor dejar al niño seguro en su cuna, irnos a otro cuarto, respirar profundamente, y tratar de relajarnos. A veces bastan 10 minutos para que el adulto se calme y recobre fuerzas para tranquilizar a su hijo.
• No hay que desesperarse.
Poco a poco aprenderemos a conocer a nuestro bebé. La fase del llanto pasa pronto. Enfrentarnos a ella estrecha los vínculos padres-hijo y nos prepara para afrontar los nuevos retos del crecimiento infantil. Antes de lo que imaginamos, nuestro hijo habrá adquirido las habilidades necesarias para contarnos qué le ocurre y nosotros sabremos interpretar sus sentimientos.