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Cómo enseñarle a recoger sus cosas

Girl drawing on the floor
Los niños desparraman sus juguetes por todas partes y a todas horas. Jugar es y debe ser su actividad principal, porque mediante el juego descubren cómo funciona el mundo y desarrollan sus capacidades. Pero eso no implica que puedan invadir nuestro espacio ni que hagamos el papel de sufridos esclavos, poniendo orden tras el caos que siembran por donde pasan.
¿Por qué se resisten a recoger?
Lo primero que debemos saber es que la desobediencia de nuestros hijos no esconde una doble intención. Simplemente, recoger es más aburrido que seguir jugando. Entender esto es fundamental: estamos educando y no librando una batalla que debemos ganar a toda costa.
¿Por qué hay que recoger?
Kids playing in the room
Antes de dar una orden hay que estar convencidos de por qué lo hacemos. ¿De verdad nuestro hijo tiene que recoger? ¡Pero si nosotros lo hacemos en un momento! ¿No es demasiado pequeño?¡Con lo poco que le vemos, ya tendrá tiempo de sufrir en la vida!… Si nos asaltan pensamientos de este tipo, no seremos creíbles cuando le pidamos que recoja sus juguetes. El niño percibirá que nos sentimos culpables, que preferimos hacerlo nosotros y que no vamos a ser constantes a la hora de exigirle que cumpla la norma.
Recoger no es un castigo, es una oportunidad para aprender a ser responsable y autónomo, para sentirse orgulloso de colaborar.
Cuando un niño cumple la tarea de recoger sus juguetes está desarrollando cualidades que le van a ser útiles para el resto de su existencia. Y no tiene que limitarse sólo a eso, sino que debe asumir responsabilidades más complejas conforme crece.
¿Qué podemos esperar?
No pidamos imposibles. Ningún niño puede ir más allá de lo que su nivel de desarrollo le permite. Pronto podrá ayudar “un poco” a recoger sus juguetes, pero no pretendamos que todo esté en permanente estado de revista. Durante años, su cuarto será lo menos parecido a esa página de decoración con la que un día soñamos, pero no caigamos en la tentación de hacerlo nosotros ni de acabar su trabajo porque, si no le dejamos practicar, nunca aprenderá.
De 0 a 3 años:
Hacia los 18 meses el niño empieza a entender órdenes concretas, como “recoge” o “guarda los juguetes”. Puede que eche alguna pieza al cajón de las construcciones o algo por el estilo, como parte del juego. Habrá que elogiarle si queremos que mañana vuelva a hacerlo.
De 3 a 6 años:
Ahora ya podemos decirle que recoja sus juguetes porque sabe perfectamente qué esperamos de él. Pero hay que enseñarle, es decir, le damos la orden, le acompañamos y empezamos a hacer la tarea juntos, explicándole cómo llevarla a cabo, luego nos retiramos y dejamos que termine solo.
De 6 a 9 años:
Si desde el principio hemos establecido la norma de que guarde sus juguetes, ahora podremos recoger los frutos. El niño sabrá lo que tiene que hacer, aunque haya que recordárselo, y empezará a no necesitar tanta supervisión.
Preadolescentes:
Nuestro hijo empezará a hacerse el remolón a la hora de recoger, pero si la rutina está bien establecida, podremos negociar, darle alternativas, establecer recompensas o pérdidas de privilegios si no cumple con lo acordado.
El secreto de la obediencia
La clave para conseguir que nuestros hijos hagan lo que les pedimos está en que vean que sus actos tienen consecuencias. Un beso y un elogio tras recoger los juguetes es un premio: se convierte en un reforzador y aumenta las probabilidades de que la acción se repita. Si no obedece, procuraremos que la experiencia posterior sea negativa; por ejemplo, hoy no habrá cuento antes de dormir.
¿Me escuchas?
Los padres tienden a creer que, dado que su hijo no es sordo, ha tenido que oírles decir unas cien veces que recoja sus juguetes, sobre todo porque en las últimas 99 ocasiones han ido elevando el tono de voz en progresión geométrica. Pero que el niño les oiga no significa que les preste atención.
No hay que dar una orden gritando desde la otra punta de la casa, sino acercarse al pequeño, ponerse a su altura, echarse un poco hacia delante, utilizar el dedo para que fije la mirada, debemos buscar el contacto visual antes de hablar, y decirle lo que tiene que hacer.
Si nos ignora, podemos formar con los brazos un círculo imaginario que le abarque, agarrarle sin hacer fuerza pero con decisión o cogerle de la barbilla y girarle la cara hasta establecer contacto visual.
El volumen de nuestra voz debe subir un poco más de lo habitual, lo que no significa que gritemos. Expresaremos la orden hablando lentamente, intentando transmitir calma. Debemos ser claros, concretos e ir al grano, limitarnos a dar la orden y olvidar las justificaciones, reproches…
Si sabemos lo que queremos, estamos de acuerdo con nuestra pareja y el niño ha sido informado de lo que ocurrirá si no cumple lo que le pedimos, no mostraremos ningún titubeo.

La postura de mandar

Lo que decimos es importante, pero también cuenta el lenguaje no verbal, y los niños son maestros en interpretarlo.

• No hay que poner cara de ogro, pero sí adoptar un gesto de seriedad.

• Para expresar determinación, podemos poner los brazos en jarras y las piernas un poco separadas. • Un carraspeo consciente puede advertir al niño

de nuestra disconformidad con lo que está haciendo sin necesidad de decírselo. Lo mismo ocurre si negamos con la cabeza.

• Las manos unidas detrás de la espalda, junto con la cabeza y la barbilla ligeramente levanta- das, imprimen un carácter de autoridad.

• Hay que respetar el espacio personal del niño (al menos 45 cm). No debemos echarnos enci- ma para no parecer agresivos.

Instrucciones para dar una orden

El estilo dictatorial no sirve con los niños. Después de analizar y, si es necesario, corregir algunos aspectos de la comunicación no verbal, pasamos a aprender cómo dar bien la orden:

Mandarle una sola cosa

No le pidamos varias a la vez. No debemos decir: “Recoge tus juguetes, lávate la manos, pon la mesa y siéntate a cenar”. Hasta los seis años, más o menos, hay que dar las órdenes de una en una y esperar a que cumpla la primera antes de pasar a la segunda, porque de lo contrario no sólo olvidará lo que le hemos pedido, sino que, lo más

probable, es que siga jugando tranquilamente. Su capacidad de atención y retentiva es limitada.

Ser claros

Los niños necesitan que les pidamos con mucha claridad y de manera específica lo que queremos de ellos. Es preferible decir “Recoge tus juguetes” que “Espero que dejes tu cuarto impecable”.

Comprobar que ha entendido

Si tenemos dudas sobre la atención que nos ha prestado o si no vemos que vaya a empezar con lo que le hemos pedido, le diremos que repita lo que tiene que hacer y las consecuencias de obedecer o no. Este paso evita que tengamos que decirle cien veces que recoja. Insistir en lo mismo cuando no nos presta atención sólo nos conduce al enfado. Si puede repetir lo que esperamos de él, no hay por qué insistir: sabe lo que tiene que hacer. ¿No se ha enterado? Se lo decimos una segunda vez.

Empezar la tarea con él

Podemos acompañarle y comenzar a recoger con él. Una vez que empiece a hacerlo, nos retiramos para que continúe solo.

Reforzarle cuando nos haga caso

“Estoy muy contento por lo bien que lo has he- cho”. Si además le damos un beso, perfecto.

Una aplicación práctica

El padre de Andrea quiere que su hija, de cinco años, empiece a recoger porque es tarde. Así que deja de preparar la cena y encuentra a Andrea viendo la tele. Se pone delante de ella, a su altura, interceptando su vista camino del televisor, se asegura de que capta su atención, la mira a los ojos y le dice clara y lentamente:

–Andrea, tienes que recoger tu cuarto porque en 10 minutos vamos a cenar.

Le da una única instrucción: –Ve a tu cuarto y recoge los juguetes. Si le dijera: “Apaga la tele, recoge, lávate las

manos y ven a cenar”, no le haría caso porque no es capaz de recordar tantas cosas.

El papá de Andrea, tras unos segundos, comprueba si lo ha entendido:

—Andrea, ¿qué es lo que hay que hacer ahora?—, y le pide que lo repita.

Luego la acompaña a su cuarto para iniciar la recogida juntos. Cuando Andrea está concentrada en la tarea, le dice:

—Sigue tú mientras yo voy a la cocina a terminar de preparar la cena.

Cuando la niña acaba, su papá le dice:

—¡Cuánto me gusta que me ayudes, te estás haciendo mayor!—, y le da un beso.

Ahora puede pedirle que se lave las manos.

¿Y si se niega?

Nos retiraremos unos minutos para que reflexione. Después volvemos a pedírselo:

—Es la hora de cenar, recoge los juguetes.

Le proponemos de nuevo iniciar con ella la tarea. Si vuelve a negarse, seguimos:

—Tienes que recoger, ¿quieres que te acompañe y lo hacemos juntos?

Le recordamos las consecuencias:

—Si no recoges, cenaremos tarde y no nos dará tiempo a leer el cuento de antes de dormir.

Si se mantiene en sus trece, tendremos que aplicar las consecuencias. Puede que se enfade seriamente cuando vea que no hay tiempo para su cuento, pero deberemos ser firmes. Así entenderá que no puede escaquearse.

Mientras dure su resistencia, cualquier cosa que pida, cualquier negociación o cambio de tema recibirá la misma respuesta:

—Cuando recojas te atiendo.

Y tu hijo, ¿recoge los juguetes? ¡Cuéntanoslo en nuestro FORO!