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¿Cómo parar una rabieta?

Todos los niños tienen momentos terribles en los que nos ponen a prueba. Les pasa a nuestros hijos y a los de los demás. ¡Cuántas veces hemos visto por la calle a un pequeño casi afónico de tanto gritar su desconsuelo y a unos padres con cara de circunstancias aguantando el tipo! El que monten semejantes escándalos no se debe, en general, a que estén mejor o peor educados ni a que sean más o menos caprichosos. Las rabietas tienen que ver con su desarrollo.

Antes de los tres años, el niño aún no tiene el suficiente dominio del lenguaje como para expresar qué le ocurre. Verse obligado a hacer lo que sus mayores le mandan, no poder imponer su voluntad a otros niños en el parque o en la escuela infantil puede ponerle fuera de sí. Cuando su deseo no coincide con el de los demás se siente frustrado y un modo de comunicarlo es mediante una estridente pataleta.

El momento culminante de estas rabietas se produce entre los dos y los tres años, aunque también se darán durante los cuatro y habrá que esperar alguna que otra a los cinco. El apogeo de sus manifestaciones de ira se produce porque a esta edad necesitan autoafirmarse como seres individuales e independientes. Por supuesto que es muy pronto, pero ellos aún no lo saben, tan solo acaban de estrenar sus nuevas habilidades y ya se creen capaces de reivindicar su autonomía. Los padres deben estar preparados para afrontar rabietas de alta intensidad, a veces sin entender si quiera qué las ha provocado.

Cómo actuar con un niño enrabietado

Es probable que el enfado de nuestro hijo sea tan exagerado, persistente y aparentemente injustificado, que nos den ganas de agarrarnos una rabieta también nosotros. Obviamente, ponernos a llorar y patalear no es lo más apropiado; así que pasemos a actuar como adultos y demos estos pasos:

1. Expresarle el efecto que nos causa su rabieta: “Me estoy enfadando mucho”.

2. Utilizar palabras clave o frases cortas, como “Basta” o “Se acabó”, pero sin gritarle.

3. Decirle tranquilamente que no va a conseguir lo que quiere: “Ya te he dicho que no es hora de poner la tele”.

4. Comunicarle con firmeza, pero sin alterarnos, qué esperamos de él: “Cuando te tranquilices y dejes de llorar, te haré caso”.

5. Ignorar su comportamiento. No se trata de ignorar al niño, sino su manera de proceder. Hay que acercarse a él cada dos o tres minutos y repetirle: “Cuando te calmes, te atiendo”. Si el pequeño no razona y está totalmente fuera de sí, sus emociones le tienen como abducido, por lo que resulta inútil tratar de hacerle entrar en razón. Llegados a este punto, hablarle suele empeorar las cosas, ya que estamos reforzando su comportamiento. Lo mejor es continuar con lo que estábamos haciendo o iniciar una nueva actividad como si no pasara nada.

6. Retirarse de la situación y darle un tiempo para que reflexione; basta con dos minutos si tiene dos años, tres si tiene tres, etc.

7. Tras este tiempo de reflexión, volver y, si no se ha tranquilizado, repetir los pasos 4, 5 y 6 aumentando el tiempo de reflexión.

8. Cuando se le haya pasado, reforzar la conducta con un beso y una frase: “Cómo me gusta que estés así, tranquilo”. Hay que atender siempre al niño cuando deje de llorar, independientemente de lo que haya hecho durante la rabieta.

Es muy importante no perder los nervios ni gritar. Los adultos tienen que mostrar al niño cuál es la actitud válida para afrontar los conflictos y contrariedades. Deben mantener un tono de voz firme, pero tranquilo en todo momento.

Es hora de dar marcha atrás

Hay veces en que el niño se enrabieta porque ha aprendido que así obtiene beneficios. Cuando hemos claudicado por no oírle (“Vale, te lo compro”, “Me quedo contigo hasta que te duermas”, “Te preparo otra cosa si esto no te gusta…”), hay que procurar poner freno antes de que el pequeño se salte todas las normas y se convierta en un tirano.

A estas situaciones se llega porque hemos cedido ante demandas que nos parecían poco importantes, pero los pequeños caprichos se han transformado pronto en exigencias, y ahora, cuando tratamos de decirle que no, el pequeño monta un monumental escándalo y no para hasta conseguir lo que quiere.

La solución en estos casos es negarse y mantenerse firme por más que llore y patalee. Puede que pasemos unos días difíciles, pero el niño pronto comprenderá que su comportamiento no tiene éxito y dejará de cogerse rabietas cada vez que le contrariemos. Para ello, la técnica a aplicar será el “método de extinción”. Consiste en no atender la rabieta, apartarnos del niño y dejarle solo hasta que se calme, recordándole cada poco tiempo que cuando se tranquilice le atenderemos. Obviamente, le evitaremos cualquier peligro y, si llegara a vomitar, le limpiaremos en silencio, sin alterarnos.

Siempre, una vez que el pequeño se tranquilice, le atenderemos, daremos muestras de afecto y elogiaremos su cambio de actitud.

Paralelamente, es muy importante reforzar sus conductas adecuadas; por ejemplo, cuando tenga un buen comportamiento podemos hacerle una caricia y decirle: “Cómo me gusta cuando estás así, tranquilo”.

Más vale prevenir

En ocasiones, los padres saben con antelación cuándo planea la sombra de una rabieta. Si prevén que se aproxima, pueden tratar de evitarla.

• No pongamos al niño a prueba. Los niños son mucho más proclives a dejarse llevar por sus emociones cuando tienen hambre o están cansados. No les sometamos, por ejemplo, a una larga sesión de compras cuando es su hora de comer, si tienen que dormir la siesta o están especialmente estresados. Entendamos que su capacidad de aguante es aún muy limitada y que la tolerancia a la frustración se aprende poco a poco.

• Digámosle qué le ocurre. “Sé que te enfada el que no te lo compre, pero ya te he explicado por qué no puede ser”. Eso le ayuda a entender sus sentimientos y traducirlos en palabras. Cuando el niño es muy pequeño y no sabe hablar, podemos ayudarle diciéndole: “Muéstrame lo que quieres”, “Señala qué ocurre”. Puede que sólo con sentirse entendido frenemos su enfado.

• Ofrezcamos una recompensa. Si suponemos que va a enrabietarse en el supermercado, podemos negociar antes qué obtendrá a cambio de mantener un comportamiento adecuado: “Si me ayudas y no me pides que te compre nada, luego iremos a merendar a donde tú elijas”.

• Terciemos con una distracción. “No te voy a comprar chucherías, pero ¿qué te parece si eliges tú las galletas para el desayuno?”.

• Iniciemos un juego. Llevemos recursos en el bolso, echemos mano de juegos que le gusten especialmente y que estén reservados para los momentos de máxima tensión o saquemos a relucir el actor que todo padre debe llevar dentro.

Rabietas en público

Puede que la gente nos mire como si fuéramos unos maltratadores mientras ignoramos el comportamiento de nuestro hijo llorando a grito pelado, pero no hay que ceder por temor al qué dirán. Si el niño se sale con la suya, aprenderá que una rabieta con espectadores funciona para lograr lo que quiere; en cambio, si ve que no obtiene atención, el comportamiento cesará, ya que verá que es inútil.

El tratamiento de una rabieta no debe variar por estar en la calle o en el supermercado. Hay que seguir los mismos pasos expuestos anteriormente. Lo que sí podemos hacer si nos sentimos muy incómodos es sacar al niño del lugar y llevarle a otra parte.

Es importante mantener el control y actuar con calma en todo momento. Así el niño sabrá que no es capaz de alterar a sus padres ni estresarlos con su actitud estén donde estén.

Si los padres son firmes su hijo pronto adquirirá el autocontrol necesario, entenderá que algunas conductas no son válidas para lograr sus objetivos y encontrará mejores formas de resolver los conflictos.

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Adiós al pañal

Nuestro hijo va a utilizar unos 6.000 pañales antes de aprender a controlar esfínteres. Pretender forzar su ritmo es perder el tiempo. Cuando esté preparado para usar el orinal él nos lo hará saber, y nosotros tendremos que interpretar sus señales.

El control de esfínteres implica maduración. Intentarlo antes del año es una batalla inútil, que frustra a los padres y perjudica al pequeño porque aún carece de las capacidades neurológicas, fisiológicas y de comportamiento necesarias. No hay prisa. Meses antes o después, nuestro hijo aprenderá, como todos.

Cómo ayudarle sin meterle prisa

No tenemos que presionarle, pero sí preparar el terreno para que el control de esfínteres le resulte más sencillo. Esto es lo que podemos hacer:

• Enseñarle las partes del cuerpo y hacer hincapié en las que tienen que ver con la caca y el pis, que sepa por dónde salen las heces y la orina. A la hora del baño, podemos pedirle que diga el nombre de cada parte de su cuerpo.

• Permitirle que nos acompañe al váter (mejor al progenitor de su mismo sexo).

• Decirle palabras relacionadas: “váter”, “pipí”… Da igual cómo llamemos a las cosas.

 • Ayudarle a que entienda órdenes sencillas: tenemos que hablar mucho con él y enseñarle los nombres de los objetos cotidianos.

• Alrededor del año, algunos niños suelen indicar de algún modo que tienen ganas de hacer caca. Alabemos que nos lo digan; reforzar su actitud les ayuda a diferenciar entre seco y mojado, limpio y sucio…

• Dejarle notar lo incómodo del pañal mojado y decírselo para que aprenda a identificar limpio como agradable y sucio con desagradable.

Explicarle qué son las heces y la orina y todo lo relacionado con el tema, mediante un lenguaje adaptado a su edad. “La caca es lo que el cuerpo echa porque no sirve para nada. Huele fatal, pero es bueno hacer caca todos los días, porque si no, nos pondríamos malos”.

• Proponerle que practique sentándose en el orinal o en el inodoro unos minutos. Debemos encargarnos de que asocie la eliminación con actividades placenteras; por ejemplo, podemos leerle un cuento. No esperemos resultados en un principio; esto sólo sirve para que se familiarice con la taza y compruebe que no se cae dentro y así evitar miedos posteriores.

Señales de que ya es el momento

Cuando los siguientes puntos se cumplan, podremos empezar a enseñarle a utilizar el orinal o el váter. Antes sólo cabe poner en práctica el apartado anterior y respetar su ritmo.

• Le desagrada estar mojado y nos avisa de algún modo para que le cambiemos el pañal.

• Le molestan los pañales, incluso a veces se los quita él mismo.

• Interrumpe lo que está haciendo y se para o se retira mientras hace pis o caca en su pañal.

• Imita o quiere copiar comportamientos que nos ve hacer, como peinarnos o lavarnos.

• Sabe bajarse el pantalón y la ropa interior.

• Protesta porque quiere hacer cosas solo.

• Es capaz de permanecer sentado y atento durante unos minutos mientras juega, le leemos un cuento, cantamos, conversamos…

• Puede ir al baño, sentarse sin perder el equilibrio en el orinal y levantarse sin ayuda.

• A veces es capaz de avisarnos de que está sucio: “Caca”.

• Permanece varias horas seco.

• La deposición se reduce a una o dos al día.

La actitud de los padres

En ocasiones, el pequeño está preparado pero los padres no. La educación del control de esfínteres puede ser estresante, a menudo con retrocesos, y deben afrontarlo con serenidad, porque el éxito depende de su actitud.

• Ante un escape nuestra reacción debe ser lo más neutra posible, sin enfadarnos. Podemos decir: “Coge ropa limpia y cámbiate”.

• Reforcemos cualquier logro o avance con elogios, besos, premios.

• Asegurémonos de que no tiene miedo. No podemos pretender que se mantenga sentado en un sitio por el que piensa que se va a colar.

• No le regañemos, no hagamos reproches ni le comparemos con otros niños; esto es contra- producente para cualquier aprendizaje.

Y, sobre todo, tengamos paciencia. Esto no se consigue de la noche a la mañana, es un proceso que va poco a poco, como aprender a hablar. Nuestro hijo lo logrará, seguro. Démosle tiempo.