Toca madrugar. Después de vestirse y arreglarse, hay que despertar a los niños, darles el desayuno, ayudarles a vestirse y asearse, salir corriendo al colegio, y de ahí al trabajo para realizar una intensa jornada laboral a la que le sigue otra jornada igual de intensa o más: hay que darse prisa para recoger a los niños a tiempo, darles la merienda y llevarles a las extraescolares de turno. Después, vuelta a casa pasando antes por el súper, la farmacia o la tintorería (siempre hay recados pendientes) y, ya en casa, ayudarles con los deberes, bañarles, prepararles la cena, leerles un cuento y acostarles cuanto antes, porque aún queda mucho por hacer: recoger la cocina, poner una lavadora, quizás algo de plancha…
Estresante, ¿verdad? No es más que un ejemplo, aunque muy revelador, de la cantidad de tareas que los padres, y a menudo especialmente las madres (expertas en dobles jornadas) pueden llegar a realizar en un mismo día. Si a las cargas físicas le sumamos las responsabilidades y preocupaciones que suele generar el tener hijos, no es difícil entender por qué las palabras “padres” y “estrés” están tan íntimamente ligadas.
Con los nervios a flor de piel
Una cierta dosis de estrés es beneficiosa porque nos impulsa a hacer cosas, a tomar iniciativas, a progresar. Pero cuando las prisas y los agobios se instalan en nuestra vida, cuando siempre estamos tensos e irritables algo hay que hacer. Si no ponemos remedio, el estrés puede convertirse en un problema que acabe afectando a toda la familia:
• Repercute en la relación de pareja, porque a menudo pagamos con ella el sentimiento de insatisfacción que nos invade por llevar una existencia que no nos gusta. La comunicación se resiente y aumentan las discusiones, a me- nudo por cualquier nimiedad.
• Influye en los hijos, porque unos padres estresados crean un entorno psíquico hostil que les transmite mucha inseguridad. Además, no olvidemos que los padres son el espejo en el que se mira el niño. Educando con agresividad, enfado o ansiedad le estamos dando un modelo equivocado.
• El estrés también puede afectarles físicamente: algunas investigaciones demuestran que los bebés de padres con estrés lloran más, pueden comer mal, sufrir alteraciones del sueño y trastornos como dolor de tripa, de cabeza y vómitos.
¿Padres perfectos o padres felices?
Lo peor de vivir en un mundo de prisas y estrés es que se entra fácilmente en una espiral de la que cuesta salir. Parece que no hay remedio, que poco se puede hacer para cambiar la situación. Pero quejarse y no poner remedio no conduce a nada. Hay que analizar qué falla y arreglarlo; si nos paramos a pensar, seguro que hay cosas que se pueden modificar para introducir un poco de calma en nuestras agitadas vidas.
Seamos realistas: los padres no somos superhéroes, ni falta que hace. Por mucho empeño que pongamos, a veces no es posible abarcarlo todo, y no pasa nada si alguna vez fallamos en algo o dejamos alguna tarea pendiente. Nuestros hijos no quieren que seamos perfectos y todo lo hagamos bien; prefieren vernos tranquilos y contentos, dispuestos a compartir cada día un rato de juego con ellos.
Delegar, compartir, planificar
El ámbito doméstico depende por completo de nosotros, somos nosotros quienes lo organizamos. ¿Por qué no hacerlo en beneficio nuestro? Busquemos soluciones para descargarnos de tareas simplificando las cosas.
Compartir:
• Tareas a compartir. Todavía en muchas familias el peso de la casa y los hijos recae principalmente sobre la madre, incluso cuando los dos miembros de la pareja trabajan fuera de casa. La sobrecarga es un primer paso para llegar al estrés. Antes de desfallecer en el intento, lo mejor es hablarlo con la otra parte y buscar soluciones juntos.
Un buen punto de partida puede ser hacer un listado de los quehaceres que cada uno realiza, a lo largo del día o de la semana, en beneficio de la familia. No es cuestión de establecer una competición ni de colgarse medallas; se trata de ver cómo contribuye cada uno a la buena marcha de la empresa familiar, con vistas a lograr un reparto de tareas más equitativo.
• Responsabilidades a medias. Porque lo estresante no es sólo realizar infinidad de tareas, sino organizar el día a día. En cualquier empresa se paga mejor al trabajador que dirige y da órdenes que al que realiza un trabajo manual, por duro que sea. En el ámbito doméstico, en cambio, hay un montón de tareas que consumen tiempo y energía pero que resultan invisibles para los demás miembros de la familia: planificar los menús, hacer la lista de la compra, acordarse de las vacunas de los niños, pedir cita para las revisiones médicas, entrevistarse con los profesores, planificar las coladas, acordarse de llevar a la mascota al veterinario, etc. Tener que organizar todo lo referente a la casa y los niños puede ser agotador. Esto también puede y debe repartirse.
Delegar:
• Confianza en los demás. No es posible compartir si antes no se está dispuesto a delegar. Hay que desterrar la idea de que nadie lo hará mejor que nosotros.
• Los niños pueden ayudar. Todos los miembros de la familia deberían tener obligaciones, incluidos los hijos. Ellos también pueden echar una mano con tareas a su medida. Doblar y guardar el pijama cada mañana, meter el tazón de desayuno en el lavaplatos o poner otro rollo de papel higiénico cuando se acaba son acciones sencillas que ahorran tiempo y crean un buen hábito.
• Exteriorizar los sentimientos. A veces el simple hecho de expresar cómo nos sentimos y qué nos preocupa ayuda a rebajar el nivel de estrés. Si no podemos compartir con la pareja nuestras inquietudes, tal vez podamos contar con algún amigo o familiar cercano. Hablar con otros padres también puede ser útil: reconforta saber que otras personas pasan por lo mismo que nosotros.
• Ayuda externa. No hay que descartar la posibilidad de contratar a una asistenta, no importa que sólo sean unas pocas horas a la semana o al mes. Puede encargarse de las faenas más ingratas: planchar, limpiar a fondo la cocina, etc.
• Establecer prioridades. Si no es posible llegar a todo, procuremos distinguir entre lo verdadera- mente importante y lo que no lo es tanto. Preparar la cena a los niños es imprescindible, pero a lo mejor la colada puede esperar al día siguiente. La cita con el pediatra no puede posponerse, pero ¿pasa algo si la niña falta un día a su clase de ballet?
Planificar:
• Programar la semana. La planificación es una de las claves del éxito: una simple agenda para anotar las citas, las actividades previstas, las tareas pendientes, etc. puede ser de gran ayuda. Podemos dedicar un rato a la semana a organizar estas cuestiones (mejor en pareja).
• Poner límites. Planificar es inútil si nos proponemos metas inalcanzables. Si pretendemos hacer demasiadas cosas, la mayoría de las veces no lo lograremos y eso generará frustración y más estrés. Será mejor revisar las tareas y pos- poner las no urgentes. O, directamente, eliminar algunos compromisos de la agenda: tal vez nos parezca oportuno reducir el número de las clases extraescolares de los niños (dos a la semana pueden ser suficientes) o limitar su asistencia a los cumpleaños de sus compañeros de colegio (por ejemplo, no más de una fiesta al mes).
• Ser positivos. No seamos demasiado exigentes con nosotros mismos. Intentemos ver el lado positivo de las cosas. No pensemos siempre en todo lo que queda por hacer sino en todo lo que ya hemos hecho.
• Cuidar la relación de pareja. Los hijos consumen tanto tiempo y energía que a los padres les cuesta encontrar momentos para estar a solas. Pero hay que buscar la manera. Seguro que en nuestro entorno existen personas (los abuelos, una amiga de confianza…) dispuestas a echar una mano, a quedarse con los niños una tarde o incluso un fin de semana. Y no debemos sentirnos culpables por ello.
• Tiempo para uno mismo. Para darse un baño, hacer deporte, leer o simplemente tumbarse a descansar. Todo el mundo necesita tomarse un respiro de vez en cuando. Lo ideal sería reservarse un tiempo todos los días para relajarse y hacer algo que nos guste. De vez en cuando también podemos darnos el lujo de salir, mientras los niños se quedan con la pareja. Aunque sólo sea una vez al mes, poder hacer actividades que nos gustan (ir al cine o quedar con amigos) es una excelente terapia antiestrés.
TIEMPO PARA JUGAR
Por muy estresados que estemos, deberíamos poder encontrar un rato todos los días para estar con los hijos de forma relajada, para hablar con ellos, jugar, bañarles, leerles un cuento…
• Al llegar del trabajo es necesario dejar a un lado las tensiones, las prisas y los nervios.
• Una ducha y unos minutos de respiración profunda nos ayudarán a descargar tensiones.
• Al final del día los niños también están cansados y fácilmente irritables. Seamos comprensivos y no paguemos con ellos nuestras preocupaciones laborales. Antes de estallar, salgamos de la habitación y contemos hasta diez.
• El tiempo dedicado a los hijos debería ser un tiempo de calidad. Es preferible regalarles media hora en exclusiva que tratar de entretenerles mientras hacemos otras cosas (preparar la cena, planchar, revisar las facturas…).
• Para conseguir un rato de tranquilidad junto a los hijos, hay que evitar las interrupciones. Es buena idea descolgar el telé- fono, apagar el móvil y no poner la tele de fondo. Se trata de que perciban que son importantes para nosotros.
UNOS MINUTOS DE RELAX
Existen técnicas de relajación que resultan muy eficaces en momentos de nerviosismo y ansiedad.
• Respirar profundamente ayuda a relajarse: se trata de inspirar
por la nariz, notando cómo se llenan de aire los pulmones y el abdomen, y a continuación echar el aire por la boca, muy lentamente, controlando su salida. Conviene repetir el ejercicio varias veces, hasta conseguir notar cómo se relajan los músculos y la mente.
• Ejercicios como éste ayudan a controlar una situación de estrés. Pero no hay que esperar a estar a punto de estallar para practicarlos. Lo ideal es hacerlos varias veces al día, en cualquier momento que resulte oportuno. Ayudan a relajar la musculatura y previenen problemas físicos habituales en situaciones de estrés (dolores de espalda, de articulaciones, de cabeza).
• En el trabajo, hay que procurar hacer pausas frecuentes (cinco minutos son suficientes). Si no es posible, al menos se pueden aprovechar los tiempos de descanso o la hora de la comida para in- tentar relajarse.
• Lo ideal sería poder tumbarse unos minutos; si no es posible, permanezcamos sentados, con los ojos cerrados, y procurando alejar las preocupaciones de nuestra mente. Una buena idea para aislarse del entorno es colocarse unos auriculares y poner una música relajante.