El juego es cosa de niños. Es la cosa más importante de la infancia, la causa de su desarrollo. Con el juego el bebé descubre el mundo, el niño lo explora y el chico se lo apropia. Es la escuela de la vida.
Hay algo de misterio en torno a qué es un juego. Especialistas en el tema, como psicólogos o pedagogos, acaban por concluir que una actividad es un juego cuando tiene carácter lúdico, lo que es lo mismo que decir que un juego es un juego. Sin embargo, es fácil ver cuándo los niños están jugando: si acunan una muñeca, modelan plastilina o saltan repetidamente desde el mismo escalón, no lo dudamos.
Para que una actividad sea un juego tiene que:
• Producir placer a quien la realiza.
• El objetivo es la actividad misma, no hay un propósito de aprendizaje ni de lograr ningún resultado.
• La realidad se convierte rápidamente: un palo es una fulgurante espada y una hoja de árbol, un plato de fina porcelana.
¿Por qué es tan importante jugar?
El juego en los niños siempre tiene sentido, y muchas veces más de uno.
• Aporta placer a las primeras experiencias de los sentidos. El bebé juega con los sonidos, los colores y las texturas.
• Exige coordinación de movimientos, por ejemplo, entre los ojos y las manos para coger un objeto.
• Ejercita destrezas motoras como saltar, lanzar, trepar o balancearse.
• Acompaña la aparición y evolución del lenguaje.
• Es la forma más realista de expresar deseos, fantasías, temores o conflictos. Al ponerlos en escena, el niño consigue otro dominio sobre lo que le afecta.
• Es la primera actividad social. Jugar con otro niño es aprender a cooperar, negociar, competir, asumir reglas, esperar el turno, tolerar, ganar y perder.
• Les permite conocer en qué son buenos y en qué no tanto y que en todos hay talentos y carencias, lo que le ayuda a tener un buen lugar entre los otros, sin soberbia ni sentimiento de inferioridad.
• Los confronta a una permanente toma de decisiones y resolución de problemas. Al crear estrategias, los niños ven las alternativas que presenta cada situación y aprenden que hay diferentes puntos de vista.
• Les permite practicar los roles culturales y verse en ellos. Cada vez que las muñecas toman café, que ellos cocinan o levantan una casa con ladrillitos se están apropiando de la cultura en la que han nacido.
• Refleja su percepción de sí mismos, de los otros y del mundo en que viven.
• Les brinda la oportunidad de lidiar con su pasado y su presente y prepararse para el futuro.
Cada cual atiende su juego
Los niños juegan no sólo según la edad, también según sus gustos, intereses o circunstancias. El juego tiene un gran valor en la vida emotiva. Desde muy temprano les sirve “para dar vuelta la tortilla”. Los niños no abordan lo que les interesa o preocupa reflexionando sobre el asunto y asumiendo mentalmente los diferentes puntos de vista. Ellos piensan jugando. Ponen en escena la cuestión. Y lo hacen tan bien que todas las partes del problema quedan representadas. Un peluche, cuyo dueño ha tenido un hermanito, pasa por innumerables andanzas y tan pronto recibe besos como es lanzado con fuerza. Todo lo que el niño querría hacer con su hermanito lo hará con su muñeco. ¿Cómo no va a ser placentero descargar toda, o un poco, de esa zozobra que produce ver a los padres dando tanto amor al nuevo?
Jugar sirve para muchísimas cosas:
• Monstruos y disfraces ayudan a entender los temores. Hay que jugar mucho para afrontar los miedos propios de la infancia y superarlos.
• Permite actuar en aquellas situaciones que el niño ha padecido: desde un tratamiento médico a una pelea de los padres o la desaparición de una mascota. Jugando vuelven a la situación conflictiva pero con una participación activa. Serán médicos, reconciliarán a los padres o volverá la mascota.
• Aporta las experiencias que necesita cada etapa de desarrollo. Chupar, andar a caballito o encastrar formas son actividades para conocer el mundo.
• Descarga emociones como la ira de una forma en la que nada malo puede pasar. Nada mejor que una buena pelea entre muñecos –o dos ejércitos para que la ira se tramite sin consecuencias penosas.
• Les hace sentirse mayores. ¡Con las ganas que tienen de que llegue ese momento! Los niños eligen sus juegos a su aire y conveniencia. Y eso está muy bien, pero todavía es mejor si los padres les aportan juegos y juguetes que no son los habituales. Enseñar un juego o darles un nuevo juguete es sumarles un recurso para pensar y tramitar emociones.
Para cada cosa, un juego
Cada juguete pone en juego una habilidad o destreza diferente. Los fabricantes lo señalan en el envase y en las guías, como en la Guía del juguete de AIJU, el Instituto Tecnológico del juguete (www.guiadeljuguete.com).
• Juegos de ejercicio: son los más básicos, ya que el placer es producido por el simple movimiento. Son juegos como arrojar y recoger objetos, mover las manos o los pies, agitar un sonajero, empujar una pelota… Poco a poco los movimientos se vuelven más complejos y se integran a otros, como en los juegos de balón o de saltar a la cuerda. Este tipo de juegos se caracteriza por su repetición, los niños no se cansan de hacer una y otra vez lo mismo porque, a medida que repiten, lo van haciendo mejor y ese dominio sobre los propios movimientos produce placer.
• Juegos simbólicos: son los juegos de ficción, representación o fantasía donde los objetos son usados como si fueran otra cosa. Así, un palo será una espada, un muñeco será un hijo y una manta, la capa más preciosa. Son juegos muy ricos en los que los niños utilizan un verdadero arsenal de imaginación, creatividad, afectos y conocimientos. Hasta alrededor de los tres años juegan solos y poco a poco empiezan a compartir la ficción con un compañero. Este enorme paso adelante en la socialización les impone ser capaces de tolerar otros puntos de vista, intereses y gustos. Por esto, en torno a los cuatro o cinco años, muchas veces necesitan la presencia de un adulto que “organice” el juego, o sea, que les ayude a ponerse de acuerdo.
• Juegos de construcción: todos los que sirven para armar. Al principio, cuando se trata de encajar una forma en otra, se podría pensar que la mayor dificultad está en los movimientos (ahora complejos, el cubo o la estrella no encastran de cualquier manera, habrá que acomodarlos) pero nada se mueve sin la guía de una inteligencia. El pensamiento que guía la actividad se irá haciendo más manifiesto con la complejidad de las construcciones. Así irán recorriendo el largo camino desde la torre de cubos hasta los mil ladrillos, cada vez con destrezas más finas y operaciones mentales más elaboradas.
• Juegos de reglas: son los últimos que se aprenden. Un verdadero corolario de la evolución: la libertad del jugador es mínima, está condicionada por los números del dado o los naipes, por los turnos, las varias reglas. Si bien antes de los siete años los niños pueden jugar a juegos de reglas sencillos, es a partir de esta edad cuando empiezan a divertirse con ellos. En estos juegos tiene cabida todo el comportamiento social, todo lo que se exige de una persona que convive con otros. Y empieza a ejercitarse esa condición tan difícil de saber ganar o saber perder.
El juego crece con el niño
Algunos juegos desaparecen con el crecimiento, como chupar. Otros, descansan y luego vuelven (del “Cinco lobitos” a las sombras chinas) y otros, como los muñecos o los disfraces, estarán siempre.
De 0 a 2 años: los juegos de ejercicios
• Hasta los dos meses hay percepciones (luz, sonidos, olores…) y movimientos automáticos, como la succión, cerrar el puño cuando se le toca la palma.
• De 2 a 4 meses, empieza a repetir acciones como meterse el dedo en la boca y juega mucho con sus manos.
• De 5 a 8 meses, ya puede coger aquello que ve, el móvil de su cuna y su propio cuerpo. Le divierte hacer cosas con las manos, los pies… meterse el pie en la boca. A los 6 meses comienza a interesarse por los objetos grandes.
• De 9 meses a 1 año, aparece la conducta intencional, es capaz de buscar un objeto. Le encantan los juegos de aparecer y desaparecer (“Cucú, tras”).
• Del año al año y medio, juega con todo, practica movimientos. Puede arrojar hasta veinte veces el mismo juguete.
• Del año y medio a los 2 años, llega el lenguaje y con él el juego simbólico.
De 2 a 7 años: el juego simbólico
• De 2 a 3 años, juega con sus muñecos a darles de comer, a bañarlos o arrastra una silla haciendo el ruido de una moto.
• De 3 a 4 años, aparecen los amigos imaginarios y los juegos se vuelven más complejos: si juega a cocinar, va a requerir una serie de elementos para recrear la situación.
• De 4 a 5 años, empieza a compartir la ficción con sus iguales. Es capaz de jugar con otros niños, repartiéndose roles.
• A partir de los 5 años, puede jugar con construcciones y ensamblajes. Imita lo que observa y juega a las casitas, escuelas y hospitales.
• Hasta los 7 años, es hábil con las construcciones y puede construir con otros niños. Cada vez le interesa más jugar con ellos.
De 7 a 12 años: llega el apogeo de los juegos de reglas, al principio simples y luego más complejas (deportivos, de circuitos, secuencias o habilidades)
• A los 8 años, le gustan especialmente los juegos de mesa y descubre que a veces se gana y otras se pierde, lo cual no es fácil.
• A los 9 años, está listo para competir, le encanta ver quién es mejor en esto o aquello. También puede leer solo y encontrar placer en la lectura; es un buen momento para regalarle libros.
• A partir de los 10 años, está en la cumbre de la infancia. Le gustan las construcciones mecánicas, montar en bicicleta, ir de pesca, coleccionar y empieza a prestar atención al aspecto, pelo, ropa.
El niño que no juega
Es tan natural el juego en la infancia que si un niño no juega hay que prestar atención porque algo le pasa. La falta de juego indica dificultades, sea en la relación con los otros, en el desarrollo de pensamiento o movimientos o en el estado anímico.
Ya en 1959, en los Derechos de la Infancia, postulados por la Asamblea General de las Naciones Unidas, se dice que “jugar es un derecho de la infancia y los adultos hemos de velar por su cumplimiento en todos y cada uno de los niños y niñas”.
Hay dos causas principales que afectan la actividad del juego:
• La falta de recursos: en condiciones de mucha pobreza a veces hasta resulta difícil tener un lugar para jugar. Por esto, es tan importante la creación de zonas públicas destinadas al ocio infantil.
• Las enfermedades: afortunadamente cada vez son más los hospitales que cuentan con ludoteca o zonas de juegos para los niños ingresados. También muchos juguetes indican en su envase que son aptos para jugar mientras el niño guarda cama.
En los casos de niños con discapacidades (de movilidad, auditiva o visual) basta facilitarles los recursos apropiados y jugarán como cualquiera.
Hay algunas señales que indican a los padres que el niño necesita ayuda. ¿Cuándo recurrir a un especialista?
• Si el niño no juega.
• Si su juego se estanca y se niega a introducir otros juegos propios de su edad.
• Si siempre necesita la intervención de los padres y nunca juega solo.
• Si no expresa ninguna emoción en el juego simbólico o no es capaz de representar y recrear historias.
• Si se niega a jugar con sus compañeros.
• Si se muestra incapaz de entender o respetar las reglas de un juego, aun las más sencillas como esperar su turno.
Los padres y los juegos
Jugar con los hijos es algo incomparable, una de las mejores formas de estar con ellos. Es importante permitir que dirijan los niños. No solo porque en todo lo demás son los adultos los que imponen su parecer (a esta hora duermes, ahora te bañas, hay que comer esto…), sino porque es el modo que tienen los padres de enterarse de cómo es su niño, cuáles son sus gustos, qué le preocupa. Un ratito cada día y mucho los fines de semana, los juegos en familia favorecen la comunicación, la complicidad, la expresión de sentimientos y ese compartir las cosas buenas que tanto forma a los niños y relaja a los adultos.
Lo primero en el juego, sin duda, es divertirse, si no, no será un juego. Pero además de la diversión los padres pueden:
• Estimular la creatividad, proponiendo diversos usos para un mismo juguete.
• Ofrecer reconocimiento y felicitación cuando el niño lo hace bien: trata los juguetes con cuidado, usa la imaginación, se esfuerza, comparte o muestra alguna habilidad especial.
• Añadir complejidad. En el trayecto del coche, en la construcción de una casa o diciendo que la muñeca no quiere dormir, las dificultades que se añadan podrán resolverse si ahí están papá o mamá para ayudar.
• Notar si el juego parece inmaduro para la edad, si se atasca repitiéndose una y otra vez lo mismo o si vuelve a una etapa ya superada.
Lo importante es no pasarse con la intervención. Compartir un juego es ser capaces de volver a jugar, de divertirse como en los tiempos de la niñez aunque se tenga la capacidad de observación y las preocupaciones de un adulto. Una canción de María Elena Walsh dice muy claramente lo que quieren los niños: “Quiero tiempo pero tiempo no apurado, tiempo de jugar que es el mejor. Por favor, me lo da suelto y no enjaulado dentro de un despertador”.
¿Cómo elegir los juguetes?
A la hora de comprar juguetes es importante tener en cuenta lo siguiente:
• Siempre hay que elegir los que diviertan y gusten al destinatario.
• Que sean adecuados a la edad, necesidades e intereses del niño.
• No regalar juguetes diferentes por motivos de sexo. Niños y niñas tienen derecho a disfrutar de todo tipo de juegos.
• Mirar y respetar el etiquetado. Según la normativa de seguridad, es obligatorio que lleven las siglas CE, que garantizan que el juguete cumple con las normas.
• Que sean regalos durante todo el año. No sirve concentrarlos en Reyes o en el cumpleaños, se les puede prestar más atención y disfrutarlos más si se reciben pocos pero más veces.
• Que unos sirvan para jugar solo y otros con los demás, hay que intentar que el niño tenga de las dos clases.
Juguetes por edades
Esta es una guía orientativa para no perderse en la juguetería.
• Primer año. Móviles de colores vistosos y melodías alegres. Barras de cuna que pueda tocar y mantas con diferentes texturas y sonidos. Muñecos de espuma, goma, trapo y peluches. Mordedores, que calman las molestias de la dentición y exigen la coordinación entre los ojos, las manos y la boca. Sonajeros. Juguetes para el baño de llenar y vaciar. Pelotas y cubos de espuma.
• De 1 a 2 años. Rompecabezas sencillos. Juguetes de madera o plástico para golpear, lanzar y amontonar. Juegos con formas geométricas. Juguetes para el agua y la arena. Correpasillos, balancines, triciclos, coches, motos… Colores, ceras, pinturas de dedos. Muñecos con accesorios. Vehículos y garajes. Libros con ilustraciones, sonidos, texturas.
• De 2 a 3 años. Columpios y toboganes pequeños. Palas y cubos. Casitas y granjas con personajes. Juguetes que sirvan para imitar a los adultos como cocinitas, cajas de herramientas, bañera para los muñecos, teléfono. Disfraces sencillos. Cabañas. Puzzles. Juguetes de apilar y encajar. Peluches y muñecos con complementos. Colores, plastilina y arcilla.
• De 3 a 6 años. Triciclos, bicicletas y patines. Mecanos. Construcciones encajables y las de atornillar. Pizarras. Magnetófonos. Libros de cuentos. Muñecos articulados y con accesorios. Dominós de formas, animales o colores. Disfraces y marionetas.
• De 6 a 8 años. Juguetes deportivos, balones de diferentes deportes, monopatines, patines. Cometas. Coches teledirigidos, trenes y scalextrics. Juegos de mesa de preguntas y respuestas, de memoria, etcétera. Futbolines y billares. Juegos de experimentos.
• De 9 a 11 años. Bicicletas. Mecanos de metal. Construcciones complejas y maquetas. Juegos de estrategia y reflexión. Juegos audiovisuales y electrónicos. Disfraces y marionetas. Juegos de laboratorio.