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Miedo a la oscuridad
El miedo es un mecanismo de defensa que nos pone en situación de alarma frente a algo desconocido o peligroso. Aparece a lo largo de toda la vida, pero es más frecuente en la infancia porque para los niños todo es nuevo. Muchas veces el temor protege al niño de peligros reales, pero otras no existe ningún riesgo y, sin embargo, tiene la misma reacción. Esto le hace pasarlo mal. Por suerte, podemos estar preparados para ayudarle.
Los miedos que podemos esperar en la infancia se denominan miedos evolutivos: surgen a una determinada edad y se pasan a medida que el niño va madurando. Pero existe un pequeño porcentaje de casos en los que un temor se vuelve tan desproporcionado que llega a afectar a la vida normal del pequeño.
El temor a la oscuridad suele aparecer hacia los tres años y remitir hacia los siete. Muchas veces son los hermanos mayores o los adultos quienes, sin querer, atemorizan al niño. Así puede que el pequeño empiece a temer cosas que antes hacía sin ningún problema, como ir solo a su habitación o al baño. Esto puede agravarse porque, hasta los seis años aproximadamente, los niños no distinguen entre realidad y fantasía, e imaginan situaciones terribles con seres fabulosos como si pudieran ocurrir de verdad.
Las personas que rodean al niño pueden evitar que un temor evolutivo normal vaya a más y ayudar al pequeño a vencer el miedo. Así le brindan la oportunidad de aprender formas de respuesta ante lo desconocido y aumentar la confianza en sí mismo para hacer frente a nuevos temores en el futuro.
• Apartarle de lo que teme.
Hay padres que para que su hijo no lo pase mal le evitan las situaciones que le dan miedo; por ejemplo, le acompañan siempre de la mano si está oscuro o van antes a encenderle la luz de su cuarto. Eso conduce al pequeño a pensar que realmente existe un peligro. Quizá haya que acompañarle una vez a la habitación, luego sólo hasta la puerta, luego hasta el pasillo y así progresivamente, dejando que el niño se enfrente cada vez más a lo temido.
• Enfadarse con él.
Algunos adultos se molestan con el niño por su miedos a cosas inofensivas: “Eres un pelma, ¿no ves que no pasa nada?”. Con esto lo único que consiguen es que muestre más temor. Lo recomendable es mantener siempre un diálogo de confianza para que pueda expresar sus miedos y ayudarle a darse cuenta de que son infundados. “¿Qué es lo que te da miedo? Ya hemos comprobado que no hay nadie, yo estoy aquí en el salón, muy cerca de ti, y ya sabes que los monstruos sólo existen en los dibujos y las películas. Lo único que puede pasar en un sitio oscuro es que te tropieces con un mueble, pero tú conoces bien la casa…”.
• Ridiculizarle.
Humillarle, llamarle miedica, reírse de él o permitir que sus hermanos u otras personas se burlen de su miedo no le ayuda a superarlo; sólo le conducirá a sentirse peor.
• Meterle más miedo.
Hay quien asusta a los niños para conseguir que obedezcan: “Si te alejas de aquí, vendrá el hombre del saco y te llevará”. Este tipo de amenazas puede que funcionen al principio, pero a la larga crean niños miedosos, que pueden llegar a tener serios problemas. En ningún caso conviene utilizar el miedo como método educativo.
• Obligarle a la fuerza a que se enfrente a lo que teme.
Conducir al niño a la fuerza para que afronte lo que le provoca miedo suele provocar más miedo.
¿Cuándo debemos acudir a un experto?
Cuando una situación produce tal ansiedad en el pequeño que no es capaz de hacer las cosas habituales, o es blanco de bromas y motes por parte de sus iguales, es necesaria la intervención de un experto.