Por regla general, el miedo es irracional. Los niños creen que lo que temen es real, por lo que decirles que no es así resulta inútil. El comportamiento paterno que más ayuda al niño es:
• Entenderle y ponerse en su lugar.
• Tranquilizarle. Darle confianza con nuestro afecto y protección y mostrarle que no pasa nada: “Vamos juntos a tu cuar- to y comprobamos que debajo de la cama no hay ningún monstruo, porque los monstruos no existen”.
• Hagamos nosotros primero la acción que teme el niño y pidámosle que la repita; por ejemplo. “Mira cómo voy yo solo a la habitación y enciendo la luz”. Convertirnos en modelo le enseña que no pasa nada malo cuando se hace lo temido.
• Los modelos más válidos son sus compañeros cuando hacen lo que a él le da miedo, por eso conviene procurarle experiencias de este tipo: si le asusta ir el primero a su cuarto, que vea que su amiguito va delante y no le ocurre nada.
• Tener paciencia. Cada niño necesita su tiempo para enfrentarse a las situaciones que teme. No le presionemos; si hoy no lo consigue, que lo intente de nuevo mañana.
• Los padres no deben mostrar excesiva preocupación ni dar demasiada importancia al asunto. De lo contrario corren el riesgo de que el niño utilice su miedo como excusa para zafarse de situaciones que no le gustan: “Ya sabes que no puedo traer mi pijama porque me da miedo ir al cuarto solo, así que ve tú”.
• Hay que intentar controlar las experiencias desagradables que podrían afianzar su miedo; por ejemplo, debemos asegurarnos de que su hermano mayor no le dé un susto de muerte mientras intenta llegar a su cuarto a oscuras y encender la luz.
• Tenemos que reforzar cualquier esfuerzo que haga por vencer su miedo y decirle cosas como: “¡Qué valiente has sido”, “¡Lo has conseguido tú solito!”.
• No le transmitamos nuestros temores. Aunque no queramos, en ocasiones, se nos nota lo que nos asusta. Debemos controlar nuestro comportamiento ante las situaciones y objetos que nos provocan miedo.
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