Que los bebés lloran es un hecho. Es algo normal. Pero eso no significa que debamos ignorar su llanto. Siempre que lloran es por algo, y hay que buscar la causa.
Durante el embarazo los padres reciben lecciones para cuidar de su bebé: aprenden cómo van a alimentarle, la manera de cambiar sus pañales, el manejo a la hora del baño e incluso formas de calmar el llanto de su hijo. Pero llega el momento en el que algo no funciona y cunde la desesperanza: “¿Qué estoy haciendo mal”. La verdad es que oír el llanto de un niño y no saber cómo acallarlo es una de las situaciones más estresantes a las que se enfrentan los padres.
Tenemos que tener en cuenta que el que un niño llore no significa que una madre o un padre sean incompetentes. La mayoría de las veces responde a un comportamiento universal: los niños lloran porque no saben expresar de otro modo que algo no es de su agrado. Así que nadie debe tomárselo como algo personal.
Un recién nacido apenas llora, pero en una semana aproximadamente llega a dedicar a esta actividad unas tres horas diarias; cumplidos los tres meses el tiempo empieza a reducirse a una hora al día. El problema es que cuando uno está estresado, cansado, falto de sueño, hasta un minuto de llanto puede parecer una tortura insoportable.
Los niños lloran para avisar de que algo ocurre y los papás tienen que descifrar de qué se trata. Es importante recordar que cuanto más tranquilos estemos al atenderlos más probable será que se calmen.
Cuando un bebé llora hay que recordar si ha comido lo suficiente, a sus horas más o menos establecidas y si después ha expulsado los gases. Debemos comprobar que tiene el pañal limpio. Verifiquemos que está bien físicamente: que respira sin dificultad, que tiene una temperatura normal, que sus labios y dedos de manos y pies presentan la coloración habitual. Miremos que no haya irritaciones en la piel o tumefacciones por algo que le oprime, le roza, le pica. Vigilemos que está cómodo, sin exceso de luz, ruido, calor, frío.
Como vamos a ver, hay multitud de motivos por los que los pequeños pueden llorar. Vamos a verlos y a ver si nos suena alguno:
• ¡Tengo hambre!
A veces el bebé ha comido hace poco y sus padres piensan que no puede tener hambre, pero ¿por qué no? En las primeras semanas y hasta los seis meses puede que no tenga claro su ritmo de comidas. Puede que necesite más cantidad de lo que hasta ahora comía, ajustarse al mundo es una tarea difícil y ellos lo van haciendo poco a poco. Si en repetidas ocasiones acaba el biberón completo o si antes de la hora de la toma empieza con lloros, quizá ha llegado el momento de comer un poco más.
• ¡Tengo sueño!
Debemos saber que un bebé cansado, estresado, sobreestimulado no siempre concilia el sueño fácilmente, bien al contrario, muchas veces les cuesta dormir.
• Mi pañal está sucio.
Es una de las cosas que primero miran los padres. A veces el olor delata la situación, pero otras puede que el pequeño simplemente esté incómodo por un pliegue o porque, seguramente, no es agradable llevar ese paquete a todas horas.
• Tengo calor (o frío).
Hay que vestirles con las mismas ropas que nosotros. A menudo tendemos a abrigarles como si viviéramos en Alaska, y los niños, como nos pasa a nosotros, se ponen de muy mal humor cuando sudan y tienen calor.
• ¡No empecéis!
Los bebés no pueden entender cuando le decimos a nuestra pareja cosas como “¿De verdad se te ha olvidado comprar leche a pesar de que te he llamado al trabajo para recordártelo?”, “¿En serio que no puedes acordarte de bajar la tapa del váter cada vez que lo usas?”, pero sí captan el tonito, y eso puede alterarles. Los padres tienen que acostumbrarse a aparcar las tensiones y esperar a que los niños estén dormidos para discutir sus diferencias; no deben gritarse delante de sus hijos por pequeños que sean.
• Estoy nervioso.
Mucho movimiento, luz, ruidos, familia, un sitio abarrotado de gente, un centro comercial, incluso una excesiva estimulación con muchos juguetes, puede poner al niño fuera de sí.
• Necesito que me cojan en brazos.
El mundo puede ser percibido como un lugar enorme por un ser tan diminuto e indefenso como es un bebé. Los brazos de sus padres le ayuda a calmarse, a limitar su espacio, a sentirse protegido y querido. A partir de los seis meses, descubre que es una persona independiente de su madre y puede sentirse solo y llorar cada vez que ella sale de la habitación. Está bien volver de vez en cuando, darle unos besos, un masajito, hablarle, ofrecerle un juguete…, pero la mejor solución es ponerle cerca mientras nos dedicamos a nuestras obligaciones y contarle qué estamos haciendo. Hacia los 12 meses se volverá más independiente.
• La etiqueta de mi pijama me está matando.
¿Quién no ha vivido esa incómoda situación? El bebé no puede buscar las tijeras y quitarse de encima una etiqueta que pincha, raspa, se clava… Revisemos que no le esté pasando algo así, que no le apriete un patuco, una goma del pantalón, el cinturón de su sillita del coche, el pañal o que no tenga un pelo enroscado en una muñeca o un dedito.
• Esta sillita es incómoda.
No le mantengamos mucho tiempo en el mismo lugar: todo el mundo necesita cambiar a menudo de asiento y de postura.
• ¡Qué vida tan aburrida!
Dejar al bebé muchas horas en el mismo rincón, tumbado en su cuna o sentado en la hamaquita, viendo lo mismo puede ser un verdadero rollo. Los niños tienen espíritu aventurero y cambiar de aires les viene bien. Un paseo por el parque, nuevos elementos decorativos, … evita el aburrimiento. A los bebés les gusta que hablemos mucho con ellos.
• Me duele la tripa.
Es el punto más delicado, puede deberse a gases, estreñimiento, alergia a la leche (si se alimenta de forma artificial), reflujo… Hay que consultar con su pediatra, ver si conviene cambiar la tetina del biberón, modificar sus hábitos o darle alguna medicación.