“¡No me gusta!”, “Eso no me lo como”, “¡No pienso probarlo!”. Comentarios de este tipo se oyen en muchas casas a la hora de la comida. Porque son muchos los niños que detestan ciertos platos y se cierran en banda cuando los ven aparecer en la mesa. Aunque cada niño es diferente el pescado, la verdura, las hortalizas, las legumbres y la fruta encabezan el ranking de alimentos malditos. Y por más que los padres se esfuerzan en camuflar los nuevos sabores y en improvisar nuevas recetas, no consiguen vencer su oposición.
Es normal que el niño alguna vez no quiera probar algún plato; también los adultos tenemos nuestras preferencias culinarias y hay cosas que nos gustan menos que otras. Lo malo es cuando nuestro hijo se niega por sistema a probar cosas nuevas y su “lista negra” de alimentos va creciendo y creciendo a tal ritmo que, al final, su dieta se compone de apenas tres o cuatro platos, generalmente pasta, arroz, patatas fritas, quizás algún filete y poco más (además, claro, de lácteos, zumos y dulces).
En estas situaciones, no es raro que los padres tiren la toalla. Unas veces es por miedo a que el niño pase hambre, otras veces son las prisas (“Le pongo su plato preferido y así termina antes”) o el cansancio (“Con tal de que no monte un numerito”); en ocasiones es por culpabilidad (“Para una comida que hacemos juntos no le voy a obligar a comer”); y también puede haber resignación (“Ya lo comerá cuando sea mayor”).
El primer paso para corregir esta situación es convencerse de algo obvio: una dieta variada y equilibrada asegura un buen desarrollo físico e intelectual; por el contrario, una alimentación inadecuada puede provocar carencias nutricionales que a la larga perjudiquen el crecimiento y la salud de nuestro hijo. Por eso hay que enseñarle a comer de todo y hay que hacerlo desde pequeño: cuando se adquieren buenos hábitos alimenticios en la infancia es más fácil que perduren en la edad adulta.
El segundo paso sería reeducar al pequeño: poner en práctica alguna estrategia que logre vencer su oposición a probar nuevos alimentos.
• Antes de nada, hay que hablar con el niño, decirle que ya tiene edad para comer lo mismo que los adultos y que debe probar otras cosas.
• Después podemos pedirle que nos ayude a hacer una lista de comidas: primero anotaremos sus favoritas, a continuación las que no le gustan mucho y por último las que no le gustan nada. En esta última columna habrá alimentos que haya decidido no probar, un máximo de 3-4 (¡a nadie le gusta todo!).
• Ahora toca elaborar juntos un menú para toda la semana que incluya platos de dos categorías, la de “me gusta mucho” y la de “me gusta menos”. Para implicarle más, dejémosle que lo decore con lápices de colores, pegatinas, etc. Cuando esté terminado lo colgaremos en un lugar bien visible de la cocina o el comedor.
• A la hora de comer, le serviremos lo que ponga el menú. Puede que el niño proteste y quiera que le preparemos otra cosa que le guste más. Es importante no ceder: con tranquilidad, le recordaremos que él mismo eligió ese menú, y seguiremos como si tal cosa, evitando enfadarnos o discutir con él.
• Si el pequeño se niega en redondo, le retiraremos el plato tras un tiempo prudencial. Eso sí, no podrá tomar nada, salvo agua, hasta la siguiente comida (asegurémonos de que no tiene a su alcance alimentos apetecibles que pueda coger a escondidas).
• Cada vez que pruebe nuevos alimentos, aunque sean cantidades pequeñas, hay que felicitarle.
• Plantearlo como un juego. Presentarle la actividad como algo divertido y animémosle a participar.
• No dejarle picotear.
• Mantener la calma. Hay que mostrar serenidad por más que su actitud nos enfade.
• Hablar de otras cosas. No es bueno centrar la conversación en si el niño come o no. Durante la comida, procuremos hablar de cosas agradables y ajenas a ese asunto.
• No transigir. Por muy pesado que se ponga, es importante hacer oídos sordos a sus protestas: si no quiere comer, no le obligaremos pero tampoco le prepararemos otra comida.
• Mostrarse cariñosos. Hay que dar muestras de firmeza, sí, pero también de afecto. No le demos a entender que le queremos menos por no comer.
• Pactar un premio. Un buen aliciente es ir señalando los logros en un calendario o una cartulina colgada en la pared. Basta pintar una estrella o una cara sonriente cada vez que termine su plato. Cuando logre un número determinado de estrellas o caras, recibirá el premio pactado.
• Servir raciones pequeñas. Es preferible ponerle poca cantidad, sobre todo cuando se trata de sabores nuevos.
• No dramatizar. No hay que agobiarse con pensamientos del tipo “si no se alimenta, enfermará”. Si el niño está sano, no va a pasarle nada si un día come menos de lo habitual o se salta una comida.
• Ser pacientes. Una vez que empecemos a aplicar el método, hay que dejar pasar unos días antes de valorar los resultados. Los logros no se consiguen de un día para otro, enseñarle a comer de todo es un proceso que requiere tiempo y constancia.